Me despierta un suave sonido de golpeteo en los cristales del cierro. Con el cambio horario, el sol arrastra una hora de pereza. Le ha obligado a abrir sus ojos y asomar su rostro por el horizonte el vuelo de estas golondrinas que juguetean por calles y plazas. Son aves con quiebros de ternura, icono de felicidad, buena suerte y alegría y con un protagonismo histórico de deleite poético de la mano del poeta sevillano Gustavo Adolfo, Bécquer. Siempre vuelven. de marzo a mayo, cuando la primavera, disfrazada de Cupido, le da al corazón alas de arrullo, la flecha se hace pico y la diana beso. Vuelven al sitio donde dejaron el nido y con la misma hembra. Así es siempre su vuelta, sin precisar progreso, quizás porque es muy probable que la felicidad no sea una progresión geométrica, sino un sentimiento continuado y estable que no precisa giro, ni movimiento.
No hay creatividad creciente, signos de descubrimiento, ni carácter reflexivo en ningún ser vivo del reino animal desde las bacterias procariotas, las esponjas marinas o las medusas peine hasta el día de ayer. Las cigüeñas siguen poniendo su nido en los techos de los campanarios, los flamencos siguen llegando a las marismas del Coto y las tortugas se acercan a las orillas de las playas y sus dunas para depositar sus huevos. No ha aprendido el caballo a desprenderse del jinete que se posa en su lomo o grupa, ni el perro a dejar de ser esclavo de un solo amo o amigo de una sola (o varias) persona y presentar ladrido y mordedura al resto, que hacen precisas cadena y bozal.
El amor, por definición, es uno o quizás el más importante de los sentimientos que el ser humano experimenta hacia alguien. Reflejo seguro de un amor más elevado y espiritual. El conocimiento, la felicidad, la libertad y el contemplar la verdad que hay en el otro son atributos que lo hacen supremo. Creatividad, capacidad reflexiva, crecimiento intelectual continuado, creencias, principio, fin y eternidad son cualidades qué unidas al amor -junto a otros muchos valores- hacen que el ser humano tenga que ocupar un compartimiento en la vida, que los animales hasta ahora, no han conseguido. No hay nada más loable, ni bello, que el saber aceptar las diferencias entre los seres vivos. La igualdad nos minimiza al abolir el estímulo y la emulación, La monotonía del chorro de la fuente nos lleva a la somnolencia, que reduce el tiempo de vida activa. Platón siempre sostuvo el criterio de la superioridad de los seres humano sobre el resto de los seres vivos. Pensar diferencia los distintos tipos del diario existir.
Seamos laico por un solo momento, no es la verdad, pero es conveniente para lo que se quiere expresar. La naturaleza se sirvió de la complejidad para dar forma a los seres vivos y para mantenerlos tuvo que echar mano del aparato digestivo. Hay que comer si se quiere vivir y además hacerlo de forma repetida diariamente. La flor presume de belleza sin hacer nunca alusión a la raíz que la sostiene. Los recursos somos todos contra todos, animales y vegetales están amenazados. La primera lucha fue de supervivencia y hambre. Y en los animales en verdadera libertad no se ha modificado.
La inteligencia humana domina como las mayorías en los gobiernos democráticos, e impone ley y criterios. Animales y vegetales son nuestros recursos alimentarios, y su manejo e intereses el fin económico primordial. Tras ello viene su utilización laboral, de medio de comunicación, de enfrentamientos guerreros, de interesada compañía, de lujosa exposición o de juego, diversión y relación afable con los más pequeños en el hogar. Pero nos guste o no, seguirá habiendo carne, pescados y frutos en mercados, restaurantes y posadas y el hombre ahora cazador por afición, es propietario, por la imposición económica de la vida, que nadie quiere atribuirsela para no ser “señalado”.
Totalmente loable ante lo expuesto, el sentido animalista, acorde con el sentido común, que poco a poco se ha puesto de manifiesto en la sociedad, de querer a los animales -biofilia- aunque no es algo nuevo. Pero en el amor a los animales hay un precipicio que nos puede llevar al abismo -y lo está consiguiendo- de la radicalización. El antropomorfismo o humanizar y atribuir características, emociones o motivaciones humanas a los animales o la “petofilia” que nos habla de personas con una obsesión o atracción desmedida hacia los animales, mal llamados mascotas, llevan intrínsecamente, en el rincón más absurdo de su conciencia, la idea de que quien no ama a los animales, no es una persona digna o bondadosa, sin llegar a pensar que ser bueno es bastante más sublime que amar una mascota. Calígula amaba a su caballo. Los nazis fueron pioneros en leyes contra el maltrato animal. Paradojas increíbles, pero que han sido ciertas, de la vida. Una preciosa metáfora de García Lorca decía: Cuando los erales sueñan verónicas de alhelí. Viven felices esos erales en el campo, bajo el cuido del ganadero. Saben que van a vivir cinco años, cuando si no fueran toros de lidia, nadie le iba a sostener más allá de los tres años por su alto costo y nulo rédito. Su suerte a esa edad estaba fijada en los mataderos y, posiblemente sería la desaparición de la raza. Por eso a veces es más digno morir mostrando bravura, trapío y nobleza en un redondel, que inyectado o cruzado por una corriente eléctrica y traidora en un estrecho callejón, lejos del arte, la tradición y la cultura, intrínseca de un pueblo.
Un pueblo que no tiene tradiciones, no tiene historia. Un pueblo que no tiene arte, ni piensa, ni crea, ni admira. Un pueblo resentido desprecia lo que en verdad no conoce bien. Un pueblo que envidia u odia, solo piensa en “guillotina”, es decir, en abolir todo lo que es y ha sido tradición y vida cultural. Estamos insultando al ciego que no puede ver los colores del arte y la creatividad. A los faltos de audición que no perciben el eco de los aplausos. Nos falta olfato para saber respetar los derechos de los demás, El gusto por las cosas se ha extranjerizado y nos está tocando el amor propio el tener que soportar tanta ignorancia y arrogancia en los que se han erigido en defensores a ultranza de los animales, olvidando las necesidades de las personas y que en un momento de su “encerada intelectualidad” quieren que cambiemos la frase de “agarrar el toro por los cuernos” por otra que diga “agarrar a la flor por las espinas”. La risa de los monos de Gibraltar ha llegado a la península.