Todo está escrito. Manuel Jabois lo resumía este mismo sábado en El País: “El hombre que pidió disculpas por cazar elefantes en una crisis económica no ha encontrado pertinente hacerlo tras descubrirse que defraudaba impuestos”. No hace falta añadir una coma. La legitimidad de la monarquía en España ha tenido en la ejemplaridad uno de sus pilares. Y el comportamiento de Juan Carlos no ha sido ejemplar.
Los partidarios recalcitrantes del Rey emérito argumentan que las investigaciones fiscales abiertas no han prosperado y que, sin tener causas pendientes con la justicia (por el momento), tiene derecho a circular libremente, al tiempo que remarcan que, en cualquier caso, solo se podría cuestionar su comportamiento en la esfera estrictamente personal. Finalmente, acusan al Gobierno de Pedro Sánchez y a la izquierda de organizar una siniestra campaña de desprestigio de la institución.
No.
El origen de su fortuna personal y las regularizaciones que llevó a cabo para sortear el delito fiscal tipificado por el Código Penal arrojan aún demasiadas incógnitas. Técnicos de Hacienda vinculados a Gestha expresaron que hay lagunas en el archivo por parte de la Fiscalía de la investigación, entre otras, diferencias entre las cantidades aportadas en las regularizaciones y los totales en informes de la Oficina Nacional de Investigación del Fraude (ONIF); dudas sobre si se pagó por IRPF o donaciones; y, por último, las vinculaciones del emérito con el trust de Jersey , constituido en 2004 por el historiador y amigo del rey Joaquín Romero Maura y que podría tener como propietario último de los fondos a Juan Carlos I.
Y, sí, pero.
El rey puede volver a España sin problema alguno. Pero no se puede pretender, ni él ni sus enfervorizados partidarios pueden hacerlo, que una parte de la opinión pública afee que ponga fin a su exilio y se plante en Sanxenxo para disfrutar de una regata. Ni resentidos ni revolucionarios con guillotina, ciudadanos de pleno derecho que consideramos un escándalo que alguien se beneficie de privilegios caducos y de un estatus artificial para amasar una fortuna.
Hay más.
La Transición está idealizada por quienes la protagonizaron. Pero es innegable que se hurtó a los españoles entonces el derecho a decidir el modelo de jefatura de Estado y es preciso que podemos elegir hoy.
No se trata únicamente de poner llevar a cabo un referéndum sobre la monarquía. España debe afrontar con urgencia un nuevo pacto constitucional porque el del 78 acusa la fatiga del tiempo y de los incumplimientos por parte de las instituciones y la partitocracia.
Juan Carlos no representa solo un drama familiar con Corinna como femme fatale, Sofía como madre y esposa atormentada, y Felipe como hijo modélico que sufre las consecuencias de las locas aventuras (fiscales y venéreas) de su padre. Juan Carlos es el símbolo de una España rancia en la que los aristócratas, por la gracia de Dios, y su corte medraron mercadeando con las ansias de libertad, prosperidad y progreso de una población sometida por el franquismo.