Nacemos, vivimos y morimos. El nacimiento es, quizás, la parte más bonita del proceso para la gran mayoría de las personas, ya que supone el nacimiento de una nueva alma en conexión con dos que se juntan para formar una vida en común, o no, ya depende de los vaivenes de la vida.
El proceso de vivir es bien distinto y cada uno marca su propia existencia, su propio camino y, sobre todo, su propio destino, porque a pesar de que puedas creer en las circunstancias del destino, a veces, nosotros también podemos llegar a provocarlo dependiendo de nuestras acciones.
El proceso de vivir lógicamente es un continuo aprendizaje y, como me decía mi madre: “Mariloli, cada etapa de la vida tiene sus cosas y sus momentos”. Cada persona la vive a su manera y a su forma, te puede gustar más o menos, pero la vida de cada uno es justo eso, de cada uno.
Esto lo escribo por el simple hecho de las veces que mi amiga, la única persona pelirroja que da suerte en el mundo, se ha preguntado, como bien dice en su canción Camilo, “por qué yo en este mundo si hay tantas opciones, porque yo si tienes tantas opciones, dime porque conmigo, si no tiene sentido”. Así de caprichosa es la vida.
Y ahí es justo donde quiero llegar, al proceso más angustioso que nos depara la vida, la muerte.
Mi madre se angustia cuando yo le digo que no quiero entierros, ni misas. Sólo quiero que donen hasta la última parte de mí para que la vida de otra persona pueda continuar y que, después de eso, se beban una botella de vino a mi salud con una buena comida porque he aprendido a lo largo de mi corta vida que las penas en compañía son menos penas.
El proceso de muerte de cada persona hay que respetarlo y nuestra única misión es acompañar desde lo más hondo de nuestro ser, por mucho que nos duela.
Mi Carmen estoy segura que lo ha sabido siempre, pero como tenía la fuerza que tenía, ha tirado con todo y con todas porque así era ella, una persona fuerte, bondadosa, risueña, cantarina como la que más, fiel, leal, trabajadora, pero, sobre todo, una gran madre para sus tres reinas. Ellas han estado a la altura que ella merecía, respetándola en el proceso, aunque una parte de su alma se le partiese en cada viaje al hospital porque la vida tiene eso, que no te avisa. De repente, te da tal revés que pone de vuelta tu vida y la de toda aquella persona que te rodea porque eso tiene la puñetera enfermedad de la ELA, que empieza silenciosa pero que sus síntomas te atrapan de tal manera que tu sistema nervioso se rompe.
La misión de Carmen se ha cumplido a lo largo de todos sus años, educando a sus tres tesoros pero, sobre todo, creando una familia que solo se ha unido en su lucha porque así son ellas, luchadoras con todo y contra todo.
Como os decía al principio de mi artículo, debemos nacer, saber vivir pero sobre todo, saber aceptar la marcha y ella aunque no lo crea, me ha ayudado a comprender que la muerte es junto eso, parte del proceso.
Ella siempre estará presente porque las grandes personas no se marchan nunca y sobre todo porque ella ha sido grande hasta para su marcha, sacrificando su vida para poder donar sus órganos y dar vida a muchas personas a las que la vida si les ha dado una segunda oportunidad gracias a ella.
A ti mi pelirroja, sé que descansas sabiendo que ella ahora está feliz y en paz haciendo lo que más le gustaba, el bien y cantar mientras lo hace. Te quiero.