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Torremolinos

Las cuevas de Torremolinos (1)

En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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Por Prehistoria se entiende el periodo de tiempo indeterminado anterior a aquel en que aparecen las primeras escrituras o registros históricos. Se dice que los primeros escritos conocidos datan de hace unos cinco mil años.
Arqueólogos y antropólogos estiman que los primeros asentamientos humanos en el entorno del arcaico Torremolinos tuvieron lugar durante el periodo clasificado como Neolítico o de la piedra pulimentada, unos siete mil años atrás, si bien otros eruditos consideran edades mucho más antiguas. Se han hallado cráneos y huesos de humanos, así como vasijas, flechas, puntas de hachas y utensilios y adornos diversos en las cuevas del Tesoro, los Tejones, la Cueva Tapada y la del Encanto, localizadas en distintos puntos del acantilado que se extiende desde la punta de Torremolinos, donde hoy se levanta el complejo hotelero Castillo de Santa Clara, hasta la Cuesta del Tajo, bajo la Torre de los Molinos. Es casi seguro que estas oquedades se habilitaban como sepulcros comunes, donde, dado el carácter religioso y supersticioso de nuestros ancestros, los difuntos eran colocados contra las paredes, probablemente en posición fetal. Junto a ellos se depositaban ajuares que en vida les pertenecieron, así como armas y herramientas generalmente simbólicas, como es el caso de las hachas votivas, que alegóricamente le servían al difunto como arma defensiva en el más allá.


Fácil es deducir que la privilegiada habitabilidad del territorio de Torremolinos tuvo que deberse, además de a su clima apacible y saludable, a la abundancia de agua y pesca, al igual que de árboles frutales silvestres y caza de conejos que proliferaban en la Península, amén de otros animales. Indudablemente, vivían aquellos pre-torremolinenses en rústicos albergues levantados no lejos del cauce que siglos después, en época de los árabes e incluso antes, daría vida a los molinos harineros que habrían de ser, junto con la exuberante pesca y la escasa pero autosuficiente agricultura, el sostén cotidiano de la población.

Se ignora la procedencia de los primeros habitantes del lugar. Se sigue el criterio de que los cráneos hallados en la cueva del Tesoro de Torremolinos -descubierta en la Cuesta del Tajo, pero cuya ubicación se perdió, probablemente por estar dicha cueva oculta bajo los cimientos de alguna urbanización-, procedían de individuos africanos debido a su constitución dolicocéfala, es decir, de cabeza más larga que ancha, con grandes aberturas en las fosas nasales, lo que se interpreta como pertenecientes a seres de raza negroide. Ello no significa que los primeros pobladores de España procediesen de África, dado que en el resto de España no se han hallado tantos cráneos de individuos de raza africana como esperaban algunos estudiosos.

El criterio generalmente aceptado hasta ahora por los historiadores es que los primeros habitantes de las costas hispanas, y por ende los del lugar hoy conocido como Torremolinos, muy anteriores a los fenicios, procedían de tierras mesopotámicas. Tales navegantes, pues se entiende que se desplazaban por el mar, tras circunvalar las costas africanas, arribarían a la Península por el sur. No obstante, recientes y bien fundados estudios, ciertamente revolucionarios, del profesor vallisoletano Jorge María Ribero Meneses, abonan la tesis de que, siglos antes de la llegada de los fenicios, los primeros habitantes de Andalucía, incluida la costa de Málaga y Torremolinos, procedían del norte de España, de una zona comprendida principalmente entre Asturias, Cantabria, Euskadi y parte de la provincia de Burgos, que se prolongaba por toda la cuenca del Ebro, desde Cantabria hasta Tarragona, abarcando parte de las provincias que riega el gran río norteño. Tal extenso dominio se conocía en la remota antigüedad como Hiberia, esto es, tierra del Hibero, Hebero o del río Ebro. De ahí que los romanos tomasen el nombre del río como Hiberus (por hallarse en la región de Hiberia), en tanto que los griegos habían adoptado el topónimo Iber.

Por extensión, en palabras del profesor Ribero Meneses, al diseminarse los habitantes norteños por toda la Península, se dio a ésta el nombre de Hiberia -denominación que la ortodoxia histórica atribuye a los griegos-, posteriormente escrito sin la H inicial. No sería descabellado, pues, deducir que los primeros pobladores del lugar de Torremolinos, así como los de todas las costas españolas, bien pudieran haber procedido en un principio del norte de España, lo cual cae dentro de toda lógica. Cuando los fenicios colonizaron las costas del sur de España, unos mil años antes de la actual era, las encontraron habitadas por gentes de una gran cultura. Indudablemente, por su privilegiada situación y la abundancia de medios vitales, el lugar de Torremolinos estaba habitado en aquellos remotos días y las cuevas abiertas en el acantilado les servirían de sepulturas a los evidentemente escasos habitantes de tierra tan excepcional.

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