Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas de la madrugada. Mataron a Federico cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico —sangre en la frente y plomo en las entrañas—... Que fue en Granada el crimen sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
Antonio Machado
En la historiografía sobre el asesinato de Federico García Lorca, ocurrido la madrugada del 18 de agosto de 1936, se registran numerosas hipótesis sobre las personas que participaron en su detención y las que influyeron en su fusilamiento. A día de hoy, quedan muchas interrogantes sin resolver: ¿Cuál fue la causa de su asesinato? ¿Se pudo evitar? ¿Quiénes influyeron más en su detención y en el intento de liberación? ¿Por qué la noche del 17 de agosto lo trasladaron del Gobierno Civil (sede militar) a la Colonia de Víznar para fusilarlo secretamente sin informar a su familia y a los Rosales?
Espero despejar algunas de estas interrogantes, aunque, como indico, el tema está muy documentado. Hoy, 18 de agosto de 2024, se cumplen 88 años de su asesinato. Dedico este artículo al universal poeta y su obra eterna. Se dice que el régimen militar se equivocó con su muerte. Cuentan que Franco llegó a decir que no se debió haber producido y que aquello fue obra de incontrolados en los primeros días del levantamiento en Granada, descargando gran parte de la culpa en el General Queipo de Llano, quien sí tuvo una participación determinante en su desaparición. Aunque a Franco solo le importaba la reacción internacional que se produjo con el fusilamiento de Lorca.
Retrocedamos en el tiempo. El 13 de julio de 1936, Federico García Lorca dejó Madrid y puso rumbo a la Huerta de San Vicente, en su Granada natal, donde vivía toda su familia. Regresaba para descansar y celebrar su santo, precisamente el 18 del mismo mes. Nunca hizo caso a las voces de amigos e intelectuales que le advirtieron que se quedara en Madrid o se fuera incluso de España (a México), porque disponían de información de que se estaba gestando un golpe militar. Y él les decía, sin maldad: "¡Qué pueden hacerme a mí si solo soy un poeta!". Nunca vio el peligro. Y esa fue su perdición.
En los días previos al alzamiento en Granada el 20 de julio de 1936, hubo un incesante trajín en la Huerta de San Vicente, pues el padre de Federico y sus amistades más allegadas intuían que allí no iba a estar seguro e intentaban que el poeta abandonara la finca hasta que se supiera en qué quedaba el alzamiento militar. Pero él nunca creyó que estaría en riesgo. Comenzada la represión, falangistas y guardias de asalto se personaron en la Huerta de San Vicente hasta en tres ocasiones para localizar a Federico y mantenerlo controlado por orden superior. La primera vez no dieron con él porque su familia negó que estuviera en casa, aunque se encontraba en su habitación. Los asaltantes no se atrevieron a entrar a buscarlo y desistieron porque Federico, el padre de Lorca, era muy respetado en Granada.
Viéndose en peligro, el 5 de agosto, Federico llamó a Luis Rosales (poeta y amigo) y le pidió que fuera a su casa. Una vez en la finca, Lorca le informó que ya lo habían estado buscando y que habían vuelto otra vez, en esta ocasión amenazándolo, tratándolo con desconsideración, e incluso golpeándolo y revolviendo sus papeles. En este segundo registro, Federico bajó de su habitación a la calle, donde le notificaron que debía permanecer en arresto domiciliario sin salir de la Huerta y, si se movía, debía comunicarlo al Gobierno Civil, sede de la gobernación militar. Había órdenes superiores de su localización, pero no de arrestarlo.
En vista de ello, y para evitar problemas mayores, Luis Rosales le ofreció a Lorca tres posibilidades. Una, trasladarlo a la zona roja, lo que descartó porque precisamente había venido a Granada a estar con su familia. Federico no era consciente del polvorín en que se convertiría Granada. Otra opción era que se fuera a casa de Manuel de Falla, pero la descartó porque no se llevaba bien con él. Y la tercera, que se fuera a su casa en la calle Angulo núm. 1 de Granada con su familia, donde estaría seguro. Luis y sus hermanos eran falangistas de camisas viejas. ¿Dónde podría estar mejor que en una casa de falangistas? Así, la noche del 9 de agosto, el chófer de la familia Rosales llevó a Lorca a su casa. Estaba convencido de que, al residir en una casa de falangistas, estaría seguro y que allí nadie se atrevería a detenerlo. Pero estaba equivocado, pues ya se estaba gestando la detención de Lorca. Un tal Ramón Ruiz Alonso estaba preparando la denuncia.
El 14 de agosto, Luis Rosales volvió a proponerle a Federico que lo mejor sería trasladarlo a la zona republicana porque podía correr peligro, y Federico le respondió: "Sí, he pensado en ello, Luis, y siempre estaré en deuda con todos vosotros. Pero, ¿a dónde podría ir de pueblo en pueblo huyendo por esos campos? De todas formas, me retiene algo más importante. Si me marcho, temo que a mis padres les hagan pagar a ellos lo que puedan querer hacerme a mí, y no sería justo. Jamás me lo perdonaría. Aquí estoy seguro, ¿a quién se le va a ocurrir sospechar de los hermanos Rosales y de vuestro padre, tan apreciado en la ciudad?"
De una u otra manera, se sabía que Federico estaba en casa de los Rosales. La tarde del 16 de agosto, Ruiz Alonso, dirigente de la CEDA, se presentó con una orden de detención, supuestamente del Comandante Valdés, aunque no se llegó a saber quién la firmaba, con un gran despliegue de policías en la calle sin precedentes. Eso hizo que Luis Rosales se enfrentara a Ruiz Alonso, a quien le comunicó que estaba en casa de falangistas y que allí tenía al que quisiera. Ruiz Alonso se limitó a decirle que cumplía órdenes de trasladarlo y que, si no lo veía bien, lo acompañara al Gobierno Civil junto a Federico, y así se quedaría más tranquilo.
Cuando su hermano José Rosales “Pepiniqui” tuvo conocimiento de que habían detenido a Federico en su casa, entró en cólera y se presentó en el Gobierno Civil. Allí hubo un intercambio de insultos, y sacó una pistola, la cargó y se la puso en la sien al Comandante José Valdés Guzmán, que era el mando militar de la plaza. Ese fue uno de los detonantes para que dos días más tarde Lorca fuera fusilado. No hay que olvidar que quien mandaba en Granada era Valdés, que era militar y no falangista, y que a él nadie le echaba “cojones” de esa manera.
Después de ese enfrentamiento, ¿quién dio las órdenes para fusilarlo? Hubo al menos tres órdenes de corte militar, unas orales y otras escritas. La primera fue de Queipo de Llano, que contactó con Valdés para que se sacara al poeta de la casa de los Rosales y se le diera un escarmiento en el Gobierno Civil, pero sin su fusilamiento. Pero tras el incidente que tuvo José Rosales con Valdés, este se lo comunicó a Queipo, y ya las órdenes eran tajantes. Por muy importante que fuese el poeta, las amenazas de Pepiniqui eran gravísimas, y Queipo ordenó a Valdés: "Dale café, mucho café." Era la clave para su fusilamiento. De ahí partió la segunda orden, la del traslado de Lorca desde el Gobierno Civil a Víznar para ser fusilado, que se gestó en base a la denuncia de Ramón Ruiz Alonso, donde se dejaba constancia de los cargos contra el poeta: entre ellos, ser rojo, comunista, tener ideas rusas y ser amanerado.
La tarde-noche del 17 de agosto, Luis Rosales se presentó en el Gobierno Civil e intentó hablar con Valdés para que liberaran a Lorca, pero Valdés estaba fuera de Granada en una inspección militar, y en su lugar se encontraba el teniente coronel Velasco, quien le enseñó la denuncia y no quiso saber nada más. Como no lo consiguió, se marchó a su casa a esperar al día siguiente. Lo que no sabía era que Lorca ya no estaba allí en ese momento y que esa noche sería fusilado.
José Valdés Guzmán envió a fusilar a todos los que le pusieron sobre la mesa, pero no tenía intención de fusilar a García Lorca. Sin embargo, con la tensión vivida con Luis Rosales, ya no quedaba posibilidad de rescatarlo. Valdés nunca le perdonó que montara una pistola y lo amenazara, y eso era demasiado para un militar como él, especialmente con la orden final de Queipo de Llano. Aquella fue la gota que colmó el vaso, y no pasó mucho tiempo entre la ofensa y la orden en la que Valdés designó a la escuadra negra falangista para quitar de en medio al poeta. El comandante Valdés era el único hombre que tenía poder en Granada, y lo demostró. En cuanto al destino final de Federico, la última persona que lo tuvo en sus manos fue el capitán Nestares. Podría haber contradicho una orden de Valdés y dejar en suspenso el fusilamiento, pero Valdés era su superior, y eso se respetaba porque también podía costarle la vida si desobedecía.
Muchos de los datos sobre el asesinato de Federico García Lorca siguen siendo un misterio, incluso el día de su propia muerte. Lo que sí es seguro es que, la madrugada del 18 de agosto de 1936, el dramaturgo fue fusilado junto a un maestro de escuela y un banderillero. La noticia corrió como la pólvora por las callejuelas de la provincia mientras su rastro se ocultaba en las entrañas del barranco, convirtiéndose en una de las 708 fosas comunes identificadas en el Mapa de Fosas de Andalucía.
El sitio donde fueron arrojados los restos de García Lorca —seguramente en las inmediaciones de Fuente Grande, en un barranco de difícil acceso— sigue siendo hoy día un misterio, debido a la negativa de los familiares del poeta a que se realice una exhumación. El motivo de su muerte aparece en un informe policial de 1965, en el que se reconoce el crimen y se describía a Lorca como «socialista y masón», acusándolo además de realizar «prácticas de homosexualismo».
Descansa en paz allá donde estés. Eres mi mejor poeta. No te lo mereciste.