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XI Exaltación de la Madrugá: una saeta desde los recuerdos de una hija del Nazareno

Mercedes Prados Alcedo: "Tu madrugá ya es un sueño, y entonces la mañana ya es una realidad"

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Mercedes Prados Alcedo ha sido la encargada de exaltar la Madrugá roteña en su enésima edición en la parroquia de Nuestra Señora de la O ante una máxima expectación. La roteña ha sido consecuente que para realizar esta labor debía de huir del raciocinio y acudir al desván de sus recuerdos para poder mostrar la devoción, cariño y respeto desde la que ha vivido, y vive, este momento que marca la vida de un pueblo. Prados Alcedo no dejó nada en el tintero, se sinceró y expuso sus dolores y alegrías; fracasos y éxitos; familia y amigos; y, sobre todo, su fervor por Jesús Nazareno y su santísima madre la virgen de la Amargura.

Sin embargo, antes de escuchar el canto de “una hija del Nazareno”, esta debía ser presentada. La introducción de la protagonista de esta noche fue una persona que la conoce de buena mano, no la vio nacer, pero, la vio convertirse en madre. Así, su marido esquivó los escollos de la emoción que se concentraba en una garganta que era incapaz de ser altavoz de su corazón: “querida Merchi, amiga, confidente y esposa: tuya es la palabra”.

La exaltadora hizo suyo el atril tras la bendición del párroco, Santiago Gassín. Una vez desde la altura quiso empezar orando “como me enseñó mi padre”. Las baquetas golpeaban la madera de la caja del tambor para acompañar la voz de Mercedes Prados, quien rezó cantando a través de la saeta, el legado que le dejó su padre. Su saeta fue el eco de sus plegarias que se dirigía al cielo: “por ti, papá, cuánta falta me has hecho en estos meses”. Su prosa inició su atención en su madre, su marido, su hijo y amigos porque “son el puzzle que componen mi vida”. 

Toda historia tiene un comienzo y esta no iba a ser menos. La exaltadora se retrotrajo cuando la Hermandad del Nazareno le encomendó la misión que hoy ha reunido a centenares de personas en la parroquia de Nuestra Señora de la O. “Mi primera reacción fue la risa a carcajada y en sus insistencias quise parar la broma” confesaba Prados Alcedo ante la incredulidad de tan alta responsabilidad porque “no soy hermana de la Hermandad, pero sí hija”. Una vez asumió su papel de exaltadora, no pudo hacer otra cosa que confiar en “no defraudar”, pero recordó a aquellos que han depositado su confianza que “solo podría hacerlo desde el fondo de mis entrañas, que pertenece a dios y a mi hijo de mi alma”.

Y, realmente, el comienzo de esta exaltación parte del matrimonio de sus padres, incluso antes con la recreación desde los ojos de su madre y abuela del recorrido antiguo de Nuestro Padre Jesús Nazareno cuando solo lo acompañaban los marineros. Recordó las historias de las mujeres de su vida. “Mis recuerdos me llevan a la llegada de la Hermandad a la altura del 35 de la calle Calvario” comentaba la exaltadora, siendo esa la ubicación donde se encontraba la casa de sus padres. Prados Alcedo llevó a los espectadores a través de la palabra a la solitaria azotea de esa casa para ver el paso del Nazareno porque “por aquel entonces las niñas no salían de penitentes”.

“Los míos han sido penitentes, paveras, músicos, costaleros y saeteros. Es que mi familia es morá enterita” presumía al eco de los aplausos y algunos incontenibles olés. Y si los recuerdos se han establecido como el hilo conductor de esta exaltación, también han servido para acrecentar su fe realizando cuestiones que solo tienen una respuesta: “¿Es mentira el sentimiento cuando era niña cuando cortaba las flores para llevárselas? ¿Son mentiras las oraciones que mi padre cantó durante tantos años? ¿Es mentira lo que encierran esas miradas que vas viendo a lo largo de la vida de tantas personas? ¿Acaso eso no es fe?”.

Los piropos, consuelos y plegarias no solo tuvieron a Jesús Nazareno como protagonista puesto que la exaltadora se encomendó a la virgen de la Amargura para relatar el momento más crudo, sincero y humilde de la noche: “Nos regalaste un ángel a toda la familia”. Sus palabras se estremecían en un llanto silencioso que resonaba en las paredes de aquel recinto porque entre súplicas y sollozos entregó el espíritu de su hija a la Amargura. “Poco tiempo que nos dejaste, mi niña bonita” musitaba. Sin embargo, no solo entregó a la virgen el dolor de la pérdida sino la alegría de la vida: “Un moraito me trajiste, alguien para cambiarme la vida” tornaba el lamento en cantos de alegría. “Las madrugás más felices fueron las mañanas con tu presencia, con la única persona que no me llama por mi nombre” exaltó dirigiéndose a su hijo.

Prados Alcedo se encomendó a la Amargura y le confesó que “es la luz de tu ser que me quita el frío, ese frío que me da el miedo que he tenido en la incertidumbre” y añadió que “no permitas que me aparte de ti porque no quiero sentir más frío”. Obviamente, la exaltadora no podía evitar abordar la noche y el día que le traían a ese atril: “quiero terminar con la madruga de mi pueblo, de mi gente y que llegues a cada uno de ellos”. Primero recreó las horas en las que la única luz que acompaña a la Hermandad es la de los cirios de sus hermanos en penitencia. Una estampa nocturna que deja momentos de alta emotividad como ver postrados a la Amargura y Nazareno a la puerta del Centro de Mayores. “Tu madrugá ya es un sueño, y entonces la mañana ya es una realidad” expuso al desdibujar la victoria de la luz ante las tinieblas porque “¡Qué bonita es la mañana, cuando el viento desvergonzado despeina tu melena!”. Así recreó la victoria diurna ante la noche y un tramo al que reclamó “detenerse el tiempo”. Ese momento en el que se atraviesa el Arco de Regla hasta el muelle. Entonces, “en esa mañana de dudas una última pregunta me rompe: ¿es el final o el comienzo?” comentó Mercedes Prados Alcedo para culminar con una última confesión: “en ti encontré mi verdad, en ti Jesús Nazareno. He dicho”.

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