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Hablillas

Un afeite sintético

En la actualidad, lo vemos a diario, hay un afán desmesurado por ser y parecer joven.

Las leyendas cuentan que Afrodita, aunque no los necesitaba, utilizaba afeites para ser aún más hermosa. La diosa de la belleza y juventud eternas, nos la encontramos representada con un cuerpo de mujer resaltando sus atributos sin exageración, no como ocurría con las Venus de Willendorf y Grimaldi, esculturas de arcilla abultadas y, en consecuencia, desfiguradas porque ambas simbolizaban su condición procreadora.

Apreciamos, por tanto, el especial cuidado o la preocupación de la mujer por su cuerpo. El barro, los potingues florales y frutales, los ungüentos sirvieron para potenciar el atractivo femenino, aunque también ocasionaron alguna que otra disputa por conseguir un premio de belleza. Ocurrió entre la propia Afrodita y Minerva. Mientras la primera no dudó en acudir al tocador, la otra optó por dar color a sus mejillas mediante una saludable y alegre carrera por el campo. Recordemos que en Egipto, Cleopatra y Nefertiti se esmeraron en estos cuidados, incluso fueron pioneras en dar color a los párpados y a los labios.

Podríamos seguir paseando por la historia para descubrir el cosmético natural y su evolución hasta convertirse en técnica artificial y no dejaríamos de sorprendernos con tantas curiosidades y no menos relaciones con la actualidad. Y es que el bombardeo sigue, el afán por hacerse un cuerpo perfecto no cesa y la idea de frenar el envejecimiento se infla como una burbuja. En los medios de comunicación  encontramos miles de clínicas y gabinetes que se anuncian como santuarios, lugares exclusivos donde se obra el prodigio que hace desaparecer las arrugas, las flores de la muerte, la flaccidez. Son la ubicación exacta y real, la materialización de la fuente de la eterna juventud, el manantial más buscado a lo largo de la historia.

La pintura está llena de referencias al agua que corría por él, aunque al principio era buscada por sus propiedades curativas, como retrató Cranach el viejo. La literatura convirtió esta búsqueda en una epopeya con finales para todos los gustos. Hay que aclarar que las diferentes culturas transmitieron oralmente esta leyenda llegando a confundir la fuente con el río de la vida. Mientras que la primera otorgaba, se decía, la inmortalidad, el río renovaba la fuerza del ser humano, lo rejuvenecía. Ambas leyendas, llegado el momento, se complementaron.

En la actualidad, lo vemos a diario, hay un afán desmesurado por ser y parecer joven. Actores, actrices, cantantes, quienes viven de su imagen lo justifican con el trabajo: “hay una etapa en la que no existes o bien porque tienes más años de los requeridos o porque no los has cumplido”. Es por lo que se recurría, en principio, a la cirugía estética, aquella que “dejaba la cicatriz entre el pelo y la nuca”.

El bisturí y el pulso del cirujano encontraron algo de reposo cuando empezó a utilizarse el bótox y las inyecciones de ácido hialurónico. Y aunque las cremas de baba de caracol y extracto de caviar no faltan en el baño de quienes pueden costearlos, ahora los famosos de cierto postín andan revolucionados con el veneno de serpiente, pues se ha descubierto que su poder paralizante bloquea la contracción de los músculos deteniendo la aparición de las arrugas. Sin pinchazos. Un afeite sintético. Si Afrodita bajara a la tierra se sorprendería con esta rara especie que lleva la juventud en la cara y la vejez en las manos, asomo del resto del cuerpo. Volvería rauda al Olimpo. Seguro.

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