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Hablillas

Cómo han pasado los años

En aquellos tiempos tener piojos era sinónimo de falta de higiene, siendo todo lo contrario.

No se trata del precioso y recordado bolero que durante tantos años interpretara Rocío Dúrcal y que han versionado decenas de cantantes. Si la hablilla de hoy toma prestado el título, con el debido respeto, es con el único fin de comparar o contrastar. Los medios de comunicación constantemente aportan datos que inevitablemente nos llevan a ello o hacen chispear imágenes que devuelven recuerdos. En mayor o menor medida, por circunstancias, distracción o curiosidad todos hemos sido o somos observadores y como tales hemos comparado o contrastado estos datos puntuales o accidentales, inmediatos o remotos que hemos visto o leído.

Podríamos referir unos graciosos, otros menos, sin embargo nos vamos a centrar en uno que desde hace bastante tiempo acapara las horas infantiles de los anuncios televisivos, es decir, desde el almuerzo hasta después de la merienda, pues los piojos y los productos para eliminarlos se incluyen en todas las pausas publicitarias de esta franja. Quienes peinan canas y no tanto, recordamos que en casa nos rociaban con colonia ZZ una vez a la semana para espantarlos, porque mamá o la vecina se habían enterado de la existencia de estos pequeños inquilinos en alguna cabecita cercana a las nuestras.

En aquellos tiempos tener piojos era sinónimo de falta de higiene, siendo todo lo contrario, es decir, el piojo se arrastra por lo limpio, se instala en una cabeza aseada, cuidada para infestarla, como ha hecho con otra. Si tener piojos era antes algo vergonzoso que conducía a la marginación, hoy es algo muy distinto, según estos anuncios, porque parece ser que es propio de los niños. El mensaje es precisamente ese, que no es una vergüenza, simplemente hay que eliminarlos. Pero este mensaje se disfraza, se engalana hasta el punto de creerlos lo más parecido a un trofeo porque incluso se ha organizado un concurso musical en el que será premiada la letra más original en el estilo que quieran los concursantes.

La promoción es una versión rockera del conocido “vals del adiós” que cerraba los bailes de las películas americanas, vals adaptado y adoptado para despedir a estos incómodos parásitos. Se entiende que no se les quiere dar importancia, es más, la importancia está en eliminarlos pero da la impresión de que está ocurriendo todo lo contrario porque, seguro, que más de un pequeñín tras ver el anuncio habrá preguntado si hay que tenerlos para participar. Ya se sabe, los niños son imprevisibles, extraordinarios y tremendamente lógicos. Y si son así de rotundos, a saber si los desearán con vehemencia por el hecho de verlos brillar entre los dientes de ese peine que los ilumina y que no deja de ser una lendrera modernizada.

Todo lo anterior concluye en lo dicho, su eliminación. La diferencia es que antes se hacía en secreto y ahora con naturalidad. Cómo han pasado los años, cómo nos han enseñado a afrontar situaciones embarazosas. Llegados a este punto surge un microrrelato relativo al tema de hoy y que habla de un rey que un día salió de su palacio para socorrer a los necesitados. A todos ayudaba hasta que uno se le quedó mirando y le pellizcó una oreja. Al acudir los soldados el hombre enseñó el piojo que estaba aplastado entre sus dedos. El rey le dio una bolsa con monedas. Se corrió la voz y otro le enseñó una pulga que previamente había cogido de un perro. Éste fue directo al calabozo porque, según le explicó el rey, le había dado condición de animal. Usted concluye, amigo lector. Hasta la próxima semana.

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