La escritura perpetua

Nebraska

‘Nebraska’, rodada en blanco y negro, supone además un desalentador testimonio sobre la crisis. Alexander Payne lo refleja de una manera desgarrada: la crisis hace que aflore lo peor de cada persona

Nebraska es una de las mejores películas que se han estrenado últimamente. Tiene algo de la colosal ‘Amor’, recientemente galardonada con el Goya a la mejor cinta europea, en cuanto a la exposición de los desastres que la vejez provoca en las personas, de exhibición de la mente que se vacía, que retorna al inicio, a la nada. De cómo un viejo se convierte en un niño patético. Pero en ‘Nebraska’, una película descarnada, entrañable, asoma un hilo de esperanza, de juego, con un humor progresivamente mesurado. El director, Alexander Payne, tiene un universo propio, reconocible, y esa demostrada capacidad para que el espectador entre en sus historias, generalmente trazadas sobre un fondo que trata sobre las relaciones familiares. Ocurrió en ‘Los descendientes’ (2012), una película sobre la difícil relación entre un padre y sus hijos en un matrimonio descolocado por el engaño y la muerte de la mujer, que mostró a George Clooney en una carrera en chanclas tan llena de humor como de angustia.
     ‘Nebraska’, rodada en blanco y negro, supone además un desalentador testimonio sobre la crisis. Alexander Payne lo refleja de una manera desgarrada: la crisis hace que aflore lo peor de cada persona. No importa la amistad, ni los vínculos de familia. La necesidad de dinero provoca el acoso a quien lo tiene, o supuestamente lo tiene, aunque se trate de un anciano desmemoriado, un tipo generoso y desprendido, un quijote americano en busca de una ínsula inexistente que pierde la dentadura postiza junto a las vías del tren, de un fracasado en busca de una gorra en la que pone ‘ganador’.
     ‘Nebraska’ emociona pero no atormenta, al contrario, ya está dicho, de lo que ocurría con ‘Amor’. El veterano Bruce Dern realiza una interpretación sublime del anciano que ha atravesado la línea de la desmemoria, pero aún conserva ráfagas de lucidez, que lo hacen aferrarse a la última oportunidad que supuestamente le ofrece la vida, aunque en realidad se trate de un malentendido. En su travesía por carretera junto a su hijo, este hombre generoso se va a encontrar con la avaricia y la burla de los otros, incluso de quienes debieran protegerlo, pero soporta el combate hasta el final como un Rocky Balboa sin músculo.
     La película tiene una buscada estética de cine clásico, de buen cine. Emociona sin arañar. No refleja la vida, sino una idealización de la vida. Cine en estado puro, pues. Una fábula humanista de hechuras impecables.

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