Como Paco Martínez Soria en la inolvidable película, "La ciudad no es para mí", hemos desembarcado este año algunos editores sevillanos en la Feria del Libro de Madrid. En la maleta de cartón hemos echado los libros que nos han dado más luz en nuestra ciudad, y los que inexplicablemente no han tenido tanta suerte, un puñado grande de ilusión y por encima de todo, unas ganas enormes de trabajar y traspasar la frontera de Andalucía. No es mal equipaje, se lo aseguro, pero una vez aquí hemos visto que estaba incompleto. Faltaba lo esencial, la materia prima con la que los editores construimos el castillo de naipes que es este difícil oficio, los autores.
Llegamos a esta ciudad de libros construida en el entorno idílico del Parque del Retiro, huérfanas de la mirada cómplice y conciliadora de esos arquitectos de historias que habitan en el universo de Jirones. Huérfanas de sus bromas, de sus palabras de aliento, de esa ilusión que mantenemos en régimen de bienes gananciales para que el milagro de la literatura se produzca en cada libro que parimos. Les aseguro que esa orfandad produce mucha soledad. Y, permítanme que me ponga un poco cursi, hasta los libros parecían un poco tristes lejos de su ciudad y de sus creadores.
Por eso, cuando en este fin de semana han empezado a desfilar por nuestro stand las caras amigas de nuestros autores (gracias por el esfuerzo a los que habéis venido y a los que inundáis de mensajes nuestros móviles), hasta la sombría arboleda del Retiro ha recobrado trazas de callejuelas sevillanas. Y no se equivoquen, que aquí no hablamos del recalcitrante snobismo sevillano, que hace que añoremos lo peor de nuestra ciudad, nada más salir de ella, aunque sea a comprar una mesita de noche al Ikea. Aquí hablamos de la relación íntima y vinculante de un autor con su obra.
Quizás ese es el motivo por el que, desde el exterior de la caseta, por encima de las cabezas de los numerosísimos visitantes (bullas de puente en Domingo de Ramos), esta pobre aprendiz de editora creyó ver a la Giganta decir contradiciendo al poeta y a los agoreros que reparten el carnet de lo que es y no es hispalense, que no nos engañemos, Sevilla no es nada sin los sevillanos.