La Gatera

La bella trampa

Los hijos del Conde Olar heredaron la extraordinaria fuerza física, los ojos grises, el áspero cabello rojinegro y la humillante cortedad de piernas de su padre...

Los hijos del Conde Olar heredaron la extraordinaria fuerza física, los ojos grises, el áspero cabello rojinegro y la humillante cortedad de piernas de su padre...” Así comienza una de los libros que más me han sorprendido en mi vida. Obviamente hablo de “Olvidado rey Gudú” de Ana María Matute. Yo ya le había leído “Pequeño teatro” y “Los hijos muertos”, y me había enamorado de aquellos “niños tontos”, pero cuando aquella Navidad del 95, cayó en mis manos el voluminoso libro, me pareció que allí se encerraba una Ana María Matute mágica y poderosa. Y aunque no es servidora amiga de lecturas épicas, confieso que empecé a leerlo, más por curiosidad que por otra cosa. Sin embargo, cada página de la novela era una puerta que llevaba a otra en un juego deliciosamente laberíntico, donde paradójicamente todo ocupaba su lugar exacto en cada una de las más de ochocientas páginas.

Pocos años después, en aquellos inolvidables cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo, tuve el honor de charlar con ella, y al contarle (un poco apurada, no lo voy a negar) lo que me había ocurrido con su novela, me contestó con esa dulzura de mirada aniñada: “Así que te tendí una trampa y caíste en ella”. No podría encontrar mejor definición de la relación autor-lector.

Muchas tardes de tertulia nos ha dado esa frase, querida Ana María, muchas. Debates que han rozado la madrugada preguntándonos si la literatura era una hermosa trampa en la que nos dejábamos atrapar sin remordimientos ni propósito de enmiendas. Si la literatura era una ingeniería de hermosas mentiras perfectamente enlazadas por los autores y que nosotros, los lectores, recibimos ansiosos por creerlas.

Más que ansiosos, podríamos decir necesitados. ¿Y sabes qué? Yo siempre defendí tu “trampa” como la más honrada de las teorías. Una trampilla que se abre bajo nuestros pies y nos lanza al vacío de las bellas historias, como Lewis Carroll hizo con la pobre Alicia. Sintiendo como caemos por el íntimo hueco de la lectura temiendo y deseando que llegue el final...

Y ahora que te has marchado ¿cómo inventaremos para seguir viviendo? ¿Quién trenzará las cuerdas de esta hermosa trampa en la que página a página deseamos volver a caer?

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