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Hablillas

Desmontar un mito

La radio vive mientras el durmiente sueña con el próximo mito a desmontar, cuál será.

La vida sigue su curso empujado por la prisa que nos mantiene alerta, ocupados desde la mañana hasta la noche. Somos un eslabón más de la interminable cadena que no repara, por ejemplo, en los colores que toman las horas que acarician las agujas de la esfera del reloj. Quizás no haya nada tan gráfico, lógico e impactante que, además, pase tan desapercibido. Esos colores no sólo están en el cielo, en ese gris que se azulea intensamente cuando los minutos se estiran tanto que parecen guiarlo hacia el medio día, aclarándolo hasta hacerlo transparente. Las horas, sofocadas por el cansancio rosean el atardecer que languidece, dejándose abrazar, perdiéndose entre los brazos frescos de la noche. Las horas ya negras brizan los cuerpos que al arrullo de la radio intentan atrapar al sueño reparador que se resiste.

Las voces que escapan obran el prodigio de un masaje tonificador que va debilitando las tensiones del día, dando luz a las imágenes que surgen a partir de las palabras. Es entonces cuando las horas negras empiezan a colorearse porque por ellas resbalan la atención, la curiosidad, la reflexión, el asombro y la sorpresa definiendo los contornos del apunte que rescata un detalle extraviado en la memoria. Los ojos cerrados facilitan el pase privado, personal e intransferible de la teoría aprendida en el pasado que por propia decisión nos decidimos a cultivar con el romanticismo de la vocación y el rigor de la disciplina. C

uando la voz se duplica,  cuando son dos los tonos que vibran por turno, cuando uno de ellos quiere doblegar al otro con respuestas originales y no del todo acertadas surge la chispa que con su destello nos espabila, liberándonos del sopor con un suspiro profundo que quisiera empujar al argumento hacia la ruta de la coherencia. En este punto de la reflexión surge el motivo de la misma, el que voló de la radio a los oídos con un titular un tanto desafortunado: desmontar un mito. Más que un titular fue un propósito porque nos lo contaron, el mito, modernizado, es decir, como si hubiera surgido en el presente, con Prometeo convertido en un electricista que trampea el contador de la luz de una comunidad de vecinos, contador que debía quedar inutilizado por impago. Con admiración por el desarrollo y la puesta en escena, la ocurrencia no deja de ser una osadía con tintes de valentía, más que nada porque los mitos no se desmontan sino que se interpretan, siendo su evolución la clave y ayuda para ello. El hecho real en que se basan ha ido cambiando a la vez que la cultura en la que nacieron.

Por eso son mudables hasta cierto punto. Apolodoro y Hesíodo, entre otros autores, nos aclararon muchos de ellos, sin embargo otros se quedarán sin interpretación principalmente por la falta de datos documentados, o bien porque han desparecido o bien porque nunca existieron. Recordarlos es volver a los orígenes de la sociedad, del pueblo, de la tribu, volver a ver el rayo que cayó del cielo y mágicamente convirtió un árbol en hoguera. Qué fue del primer fuego, cuántas horas negras coloreó, cuántas sombras proyectó, cuánto asustaron al temblar, estirándose y encogiéndose por la pared de la cueva.

Despacio el asombro y la sorpresa que suscitaron esta reflexión se alían con la calma. La música suave que indica el final del espacio apenas es audible por causa del sueño que va sometiendo a los sentidos. La radio vive mientras el durmiente sueña con el próximo mito a desmontar, cuál será. Mientras la duda se ralentiza quedando atrapada por las horas negras que pasan con aire marcial, lento y firme hacia el alba, quien las espera iluminándose, para dar color a su danza imparable.

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