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Hablillas

Quitar el sueño

A buen seguro que la madrugada del pasado jueves quitó el sueño a la parte más joven de esta mitad del mundo.

Desde que tenemos capacidad de recordar, hemos oído alusiones de familiares y afectos a no poder conciliar el sueño de una manera normal, sin recurrir a otra cosa que no sea lo natural, es decir, cerrar los ojos, notar cómo nos vamos relajando hasta que nuestro propio cuerpo, la luz de la mañana o el reloj cumplen la función de despertarnos. Lo cierto es que el sueño no se va por sí solo, hay un motivo que preocupa, que dificulta el ansiado descanso. Es entonces cuando el sonido de la radio se vuelve impertinente, molesta el rumor de la calle y ansiamos el traqueteo de la lluvia suave del otoño, la que hace que bailen las hojas, la que zapatea sobre el agua acumulada en el plato que aún echa de menos a la maceta que un día reinó en la ventana, el rumor que acurruca. Dormir es vital y quien no puede llega al enojo cuando lee o vive lo ocurrido durante la noche de este miércoles pasado.

El silencio cayó como una losa a media tarde, si bien nuestro levante no dejaba de empujar los cristales. Sus ráfagas desesperadas eran lo único que alteraba la quietud, la calma del hogar. Entre los mayores, la lectura discurría tranquila, sin interrupciones. Quien optó por el bricolaje, la calceta, ver la tele o coser pudo hacerlo sin distracción. Los jóvenes, en cambio, estaban algo alterados. Se sentaron a estudiar y el móvil estaba callado, si bien se dieron cuenta al cabo de un rato largo. Más de uno miró y los iconos de silencio o zumbido no estaban activados.

La obligación les hizo postergar los vistazos y siguieron con su trabajo. Otros se reunieron porque tenían la tarde libre, pero sin quitar el ojo de la pequeña pantalla. La mayoría optó por otras aplicaciones, pero sin perder de vista la primera. La noche llegó a la Isla y más allá, envuelta en ese silencio distinto que, además, distanciaba, porque el móvil seguía en su sitio, con muchas miradas encima y sin dar muestras de avisos, pausa que se alargó hasta rozar la madrugada del jueves. El WhatsApp enmudeció durante unas horas, aunque las noticias aseguraban que fueron sólo dos.

Superada esta catástrofe repetida en las últimas dos semanas, ostentamos la consideración de supervivientes, porque cuando se supo el motivo de esta caída, el usuario respiró. Mirándolo bien, todos recurrimos a la tecnología para adaptarla a nuestras necesidades. Algunos, en cambio, ven en ella una forma de distracción y para otros es una adicción. En cualquier caso, la razón que han dado a este mutismo en la aplicación más utilizada, es la preparación para un cambio revolucionario. Lo veremos, entre tanto nos imaginamos montañas de bocadillos en conversación cuando reinó la normalidad, cuando el círculo verde cambiaba de cifras sin parar.

Vuelve, sin saber por qué, la niñez, el fallo del fluido eléctrico por culpa del levante o de la lluvia, nuestro grito de susto y el silencio inmediato por la impotencia. Cuando la luz alumbraba de nuevo, la imagen que veíamos era la de una familia reunida en torno a la mesa de la cocina, una mariposa de aceite en medio y un cuento por concluir.

A buen seguro que la madrugada del pasado jueves quitó el sueño a la parte más joven de esta mitad del mundo.

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