En el documental A la mierda 2020 lamentan que no viésemos venir un año tan trascendente que, incluso, había que nombrarlo dos veces, como ocurre en inglés: “twenty-twenty”. Resumido como una serie insuperable de catastróficas desdichas, han bastado apenas un par de semanas de 2021 para admitir que su retrato ha quedado obsoleto; y para volatilizar las inquebrantables esperanzas con las que habíamos asumido haber enterrado nuestro pasado más reciente.
El nuevo año, de momento, es la versión zombie de 2020, una réplica mejorada de nuestras peores pesadillas, como el T-1.000 para Sarah Connor o la reina alien para la teniente Ripley. La cepa inglesa, el asalto al Capitolio y Filomena parecían instalarnos en el suspense de un triple salto mortal, pero han acabado en prólogo apocalíptico de esta tercera expansión de la pandemia, que es, en definitiva, la que exige ya todo nuestro interés, sobre todo por la sensación de que no hemos hecho más que empezar el año y todo parece a punto de irse a la mierda, otra vez, con su adiós al carnaval, a la semana santa y a las ferias, que suman tantas emociones como dividendos.
La propia Junta ha convertido el anuncio de las nuevas medidas restrictivas en una especie de trailer del que, a diario, desde el lunes, ha venido desvelando pistas y anticipos, acompañado de declaraciones institucionales entre la gravedad y lo contradictorio, aunque respondan a un mismo interés: instalar en el seno de la opinión pública el debate de si es necesario o no el confinamiento de la población y, por supuesto, decantar ese debate a su favor.
Así, el miércoles, el presidente Juanma Moreno pidió al Gobierno central que se planteara el confinamiento general. Poco después admitía que, con los datos en la mano, no se lo planteaba para Andalucía, aunque, un día más tarde, sí invitaba directamente a la población al autoconfinamiento, antes de reclamar, el viernes, autorización para confinar los municipios con la tasa de incidencia más alta. El vicepresidente Juan Marín lo redefinía -y resumía- este sábado en Jerez como “confinamiento inteligente”, aunque cabría puntualizarlo como “selectivo”; tal vez, para hacérselo entender mejor a quien se mostró en contra de que hubiese “17 navidades” y pudo comprobar que así fue, y para que lo entendiésemos los demás de paso.
El debate, visto así, va camino de convertirse en un pulso inútil entre gobiernos autonómicos y gobierno central, porque se dedica a consumir tiempo mientras se acelera la incertidumbre frente a un elevado número de contagios que hacen más necesarias las nuevas restricciones. Pero, también, un pulso con un interesado e interesante trasfondo que, incluso con el tufo electoralista que terminan predicando unos y otros, pone en evidencia la fallida estrategia de inhibición de Pedro Sánchez al ponerse de perfil, aprovechar para promocionar a Salvador Illa y ceder el desgaste a sus homólogos comunitarios, pese a lo cual no arbitra las reglas que les permitan adoptar las decisiones que les reclaman sus propios expertos, como ocurre ahora mismo. Una ecuación de tercer grado para la que ni siquiera hace falta utilizar el método de Ruffini para conocer el resultado: pierden los ciudadanos, a los que alguien deberá explicarles algún día por qué en abril, con cien contagios en un día y 108 personas hospitalizadas en la provincia tenían que quedarse en casa y cerrar sus negocios, y ahora con 1.200 casos y 419 ingresados no hay por qué, o sí lo hay, pero no se autoriza o no es conveniente.
Lo cierto es que la por ahora irrenunciable necesidad de preservar y hacer compatibles la salud con la actividad económica ha desembocado en un callejón de muy difícil salida en virtud de la situación de la pandemia, y el hecho de que determinados sectores, como el turismo o la automoción, den ya por perdido el primer trimestre del año, parece una invitación a aceptar un nuevo apagón, pero sin el músculo financiero de un gobierno que les ayude a soportar la travesía no parece probable que haya alguien dispuesto a asumir el harakiri o a mandar a la mierda 2021 y su empresa antes de tiempo.