Todos nacemos marcados por una promesa, la única segura, la de la muerte. Pero no la vivimos igual a los dieciséis que a los ochenta. Un día, cuando estaba en el instituto, el profesor de Ética nos preguntó si le teníamos miedo a la muerte. Para él fue una sorpresa que ninguno de nosotros la temiera. La juventud la mira de cara y no se arredra porque en realidad no existe, es como el poema de Benedetti “Cuando éramos niños”:
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra
Ya cuando nos casamos
Los ancianos estaban en cincuenta
Un lago era un océano
La muerte era la muerte
De los otros.
Ahora veteranos
Ya le dimos alcance a la verdad
El océano es por fin el océano
Pero la muerte empieza a ser
la nuestra
Cuando era una muchacha mi tío se murió a los cuarenta y seis, yo era joven y el mayor. Cuando cumplí su edad comprendí que se había ido muy pronto, aunque hasta entonces no lo supiera.
Después he vivido la muerte de los otros, la he vivido de cerca y no he podidocreérmela. A la vuelta de la esquina pienso encontrar a mi amiga de la adolescencia. Me saludará con un beso y no me contará que anda enferma porque todo habrá sido un sueño trágico. La angustia no me envolverá al pasar por su casa vacía, ni al mirar en el móvil su teléfono sin atreverme a marcarlo. Porque esta muerte de los otros no acabo de aceptarla, puede ser que cuando veterana le de alcance a la verdad y dejará de serme ajena, incomprensible, dejaré de estar enemistada con ella. Pero ahora la muerte de los otros es temprana y absurda y casi nadie se atreve a hablar de ella.