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El cementerio de los ingleses

Flamenco, Andalucía y la juerga de los tópicos

El flamenco es uno de los géneros musicales más completos y complicados que existen, junto con el heavy metal y la música clásica

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“En una juerga flamenca, lo importante en un cabal no es saber decir el cante sino saberlo escuchar”. Así rezaba una inscripción en la Tertulia Flamenca de la Isla y así se quedó grabada en mi memoria. Tenía yo dieciocho años y había ido a ver tocar allí al coro rociero que dirigía mi amigo Juan Martín. Aunque no soy muy aficionado a este género musical, le tengo un profundo respeto. Su complejidad técnica, las emociones que puede despertar en el aficionado y en los artistas, el duende y la magia que rodea a cada son de guitarra y cajón... Sin embargo, me fastidia el tópico que rodea tanto al flamenco como a Andalucía por ser el territorio que más se asocia con él. Se asocia al flamenco y a Andalucía con la juerga, porque todo el mundo sabe que los andaluces y los flamencos son juerguistas y holgazanes que sólo se levantan de la siesta para cantar y bailar hasta que llegue la madrugada.

El flamenco es uno de los géneros musicales más completos y complicados que existen, junto con el heavy metal y la música clásica. Exige un nivel de virtuosismo al alcance de pocos para triunfar, mezclando el talento natural con años y años de formación. Hablo, por supuesto, del flamenco más puro, ese flamenco jondo de Camarón, Mercé, Chano Lobato... el flamenco de los grandes. Hoy se llama flamenco a cualquier cosa desde el público de masas, cosas del desconocimiento, llegando a identificar este género con grupos de pop “agitanado”. No pocas veces he querido imaginar la mano de algún mito del flamenco (La Perla de Cádiz, Pericón, Manolo Caracol...) abofeteando con todo merecimiento la cara de alguien que etiquete como flamenco a Andy y Lucas (que los hay). Más terrorífico me resulta asociar flamenco y juerga como suelen hacer desde la ignorancia algunos: el flamenco se estudia, “mireusté”, el flamenco se ensaya, el flamenco va dejando atrás a quien no da la talla para ejecutarlo como manda Undivé. Y aunque no siempre hubo academias, siempre hubo que saber robar de vista y oído ese acorde o ese quejío, aprendiendo de los que sabían, para arrancar un “ole” de las entrañas de los cabales. Detrás del “tirititrán” que escuchan ustedes en el tablao, hay horas, semanas y hasta años de trabajo. Hay mucho más que una noche de juerga.

Quien cree que el flamenco viene sólo de la juerga no ha escuchado un martinete al son de la fragua. Es fácil dejarse llevar por el tópico del andaluz vago y juerguista: muchos nos han odiado porque, históricamente hemos reído y cantado por eso del no llorar. Explotados por señoritos en el campo, limitados por acuerdos de pesca en la mar, con un desarrollo industrial que nunca llega y que nos niegan los diferentes gobiernos y unas tasas de paro que deberían ser la vergüenza de los dirigentes. Se insulta al flamenco como se ofende a Andalucía asociando a ambos con la fiesta y la poca afición al trabajo, mientras los mismos que cometen tal agravio vienen al sur en verano, a tomarse las cervecitas en nuestros chiringuitos donde un “holgazán y juerguista” andaluz lleva doce horas trabajando de camarero. Y al final es que habrá que cantar las cuarenta al señorito, a los políticos y al que se inventa esos tópicos ofensivos con la fuerza de la bulería, la ironía por alegrías, un lamento por soleás o usarlo de yunque por martinetes. Y no digo algún improperio, que algunos dirán que salgo por peteneras: ya saben, dicen algunos flamencos que ese palo tiene mal fario.

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