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La Cara B

Un tabernero sin escrúpulos

Un tabernero sin escrúpulos añadía dos litros de agua a cada barril de vino

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  • Tabernero. -

Un tabernero sin escrúpulos añadía dos litros de agua a cada barril de vino. La capacidad total de los barriles es de quince litros. Cada cliente que iba a su establecimiento pagaba 80 pesetas por tomar un chato de vino de aquellos barriles. Si un día vendía 74 chatos de vino ¿Cuántas pesetas ganaba de más?

A estas alturas seguro que piensas que lejos de ser una historia real se trata de un problema matemático inventado. Y he de confesar que estás en lo cierto. El inventor del enunciado fue mi querido y añorado abuelo Pepe.

Corría el año 1996 y cursaba 5º de primaria en el colegio La Purísima, conocido popularmente en Jaén como “Las Carmelitas”. En aquellos eran las monjas quienes conformaban gran parte del cuerpo docente. Tengo grabado en mi memoria el nombre de la monja que me tocó como tutora y profesora de casi todas las materias durante ese curso: María Dolores García-Rueda Copado. La hermana María Dolores tenía la costumbre de mandarnos tareas durante las vacaciones de verano, pero no hacía uso de los famosos libros de texto específicos para vacaciones. Cada año nos invitaba a comprar dos libretas tamaño A5 cuadriculadas en las que debíamos completar de lunes a viernes un dictado, dirigido por un mayor a nuestro cargo y un problema matemático también creación de un adulto.

El adulto que mis padres, con buen tino, designaron para aquella tarea fue mi abuelo Pepe, que cada verano hacía de profesor particular con mis obligaciones contraídas en el colegio. Aquel problema del “tabernero sin escrúpulos” inventado por mi abuelo Pepe no estuvo exento de polémica. Reconozco que quizá no sea el más apropiado para un niño de 10 años, pero si profundizamos en la historia, comprobamos que lleva una lección de vida enorme. Han pasado los años y recuerdo muchos de los problemas y dictados que mi abuelo Pepe me proponía. Casi todos tenían un chascarrillo que jugaba al borde de alguna ley no escrita como entregar a una monja un texto en el que se adultera vino con agua. Esto me enseñó a envolver las obligaciones más tediosas y aburridas en algún tipo de juego que aportase diversión mientras cumplo una obligación. Algo que de adulto sigo practicando. Me refiero a endulzar tareas tediosas y no a vender vino adulterado.

Estas enseñanzas cargadas de buenos recuerdos llevan la impronta de Pepito y la de su esposa, mi abuela Juli. Una mujer de mirada dulce a quien  recuerdo con sonrisa viva y traviesa. Y es que en esos veranos era habitual que mi abuela Juli nos lanzase agua desde el otro lado de una ventana a Pepito y a mi, mientras jugábamos o calculábamos el beneficio de nuestro amigo el tabernero.

Sirvan estas líneas escritas durante mis vacaciones de verano, como un homenaje para Juli y Pepito. Con quienes sigo disfrutando, sonriendo y aprendiendo allá donde estén. Os quiero abuelos.

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