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Una feminista en la cocina

Una atracción de Carnaval

La gente se agolpaba para ver, también para grabar, pero a distancia media porque el fuego y el olor a gasolina eran demasiado reales

Publicado: 22/02/2024 ·
08:29
· Actualizado: 22/02/2024 · 08:33
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Bomberos.

En Murcia un hombre se ha quemado a lo bonzo en mitad de la ciudad. No es coña, es real, pero tan insólito y tan de película que algunos pensaban que era una atracción más de los Carnavales. Así estamos, empeliculados, frustrados por la realidad, inoperantes como un disco duro de 3 y medio. La gente se agolpaba para ver, también para grabar, pero a distancia media porque el fuego y el olor a gasolina eran demasiado reales como para ser parte de un espectáculo. Pero la mente nos frena, no se les olvide que somos la generación que se ha alimentado de fantasías y ficciones provenientes de pixeles y pantallajes. No hemos cultivado como nuestros abuelos las leyendas a lomos de la noche, acurrucados al lado de una buena candela.

Tampoco somos trotadores de libros centenarios, que la voz amable del lector nos embutía en pasajes que se volverían imborrables en nuestra memoria. No, nosotros somos de acción y falsetes, de memes y paranoias a los que los disfraces van muy bien para estas ocasiones. Vamos disfrazados- así es- todo el año para quitarnos las penas con ansiolíticos, las desgracias con tranquilizantes, los temores con psicotrópicos y los errores adobados con alcohol de garrafón y sexo de madrugada. Somos los padres de los garrulos de la islas sin tentaciones; Los generadores de los universitarios que se quejan de las converses, de las niñas que creen que el amor está en una foto de Instagram de sí misma y de los niños que- con el flequillo amancebado en los ojos-están convencido que tienen más gancho vital que la hoz de la Canina.

No hay nada real en nuestra vida porque hemos cedido a la codicia, las amistades falsas y los romances fingidos. No somos más que postureo del bueno, del de pavonearnos de viajes de tres al cuarto a la vuelta de la esquina, de amigos que no conocemos, de novios con los que no intimamos y de vestirnos con ropa de segunda mano para aparentar ir a la última. No somos nada más que reflejos. Por eso no creemos ni siquiera lo que ven nuestros ojos… fuego y olor a gasolina porque el hombre estaría tan quemado por dentro que quiso igualarse por fuera. A saber esa pobre criatura lo qué habrá pasado. A saber lo que el fuego creería que quitaría purificando maldades, o la desesperación más atroz, o quizás lo que los límites de una realidad machacante le habrán obligado a hacer.

Somos incapaces de entender los sentimientos humanos… la pérdida, el dolor, la fatiga, el cansancio, la frustración o la impotencia. Sí los remilgos, las modas, las rebajas, las juergas, la impostura, la envidia, el maquillaje, el fiestuqueo y la ridiculez de una vida que no vale para nada y que se volatizará como el humo de la gasolina y la carne quemada. Nada somos porque nada nos importa más que figurar en el perfil falso que nos da valor moral ante los amigos y prestancia ante los desconocidos. Queremos ser, estar, comer, gozar y adornar nuestro pobre currículo con cosas que no hemos hecho, amigos que no tenemos y caminos que no nos han llagado los pies.

Pero bien, sigamos andando que lo mismo encontramos la salida del laberinto de Minos sin que nos agarre el toro bravo y nos dé una buena cornada en la mitad de las nalgas. Mientras, el pobre quemadito ya habrá salido de cuentas y nuestras vidas lo habrán borrado tan pronto como haya nacido otro tema que devorar, otra página que pasar, otros labios que pintar u otro romance que rebanar – al machaqueo más festivo-con las amigas a golpe de chat de wasap.

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