Vivir en el sur de nuestra querida península tiene el inconveniente de ser fácilmente olvidado cuando se trata de reparto de dádivas merecidas que, como todo regalo, siempre es inferior en valor, al esfuerzo, tiempo y dedicación que se ha llevado a cabo para obtener un diezmo, que el poder siempre ofrece como migajas. Sin embargo, tenemos la ventaja de vivir sin la impresión de estar secuestrados, gracias a una libertad de pensamiento, no escrito, que dribla los tsunamis de la vida diaria y logra introducirlos en la vereda del ingenio, el duende y el arte, Y nuestra capacidad laboral siempre fue más intensa y sufrida que la que se presume en zonas más al norte.
Ya estamos soportando temperaturas de estío y el verano está dispuesto a que el moho de los cerrojos de sus puertas, ceda abatido. El patio, la parra, la sombra y la mecedora esperan pacientemente al ser humano que le da vida y le presenta sus reflexiones en secreto. El otoño te hace vibrar, el invierno te enrosca, la primavera es visitar un salón de belleza, el verano es pensamiento, somnolencia, siesta y sueño.
Para convivir con todas estas emociones el ser humano nos presenta su cuerpo. Es nuestra única y verdadera propiedad, aunque puede ser usurpada y de hecho lo es, como nos lo está demostrando la existencia actual. En Fedón, el sabio griego Platón nos dice que el ser humano está formado por cuerpo y alma y que el alma está o queda como atrapada al cuerpo. Es la teoría dualista, el dualismo antropológico. Se separa cuerpo y mente. Desde pequeños hemos vivido bajo esta sombrilla dual y no hemos precisado, ni pensado en ninguna otra forma de carpa protectora. Pero la ciencia avanza por veredas más floridas o más desérticas, dependiendo de lo que las retinas capten en cada momento y surgen las voces que indican que la tradicional concepción filosófica expuesta sobre el hombre no tiene rasgos de certidumbre y se indica con ánimo afirmativo, que sólo existe el cuerpo, algo que otro sabio griego, Aristóteles, intuyó al decir que cuerpo y alma eran una misma cosa. Es la teoría del Monismo el ser humano estaría formado por una sola esencia, material o espiritual, que alcanzó una forma más perfeccionada que el resto de los seres orgánicos. Pero surgen pensamientos que niegan la inmortalidad del alma, su eternidad y su posibilidad de reencarnación. Estamos ante el Hilemorfismo que concluye diciendo que el alma no puede existir sin el cuerpo, aunque ella no fuera material. Es muy posible que en la organización de los seres vivos, en cada escalón que se asciende, emerjan cualidades que no había en el nivel previo. Estamos ante el Emergentismo.
Hay en la actualidad dos hechos que, digamos, están de moda o en la “cresta de la ola”, como mejor parezca. Uno, un “emergentismo social”, que nace de nuestra relación con los demás, que tiene prioridad por la riqueza, por lo que posee o por el cargo que ocupa una persona, antes de analizarla por sus sentimientos, sus valores, su moral, su ética, su responsabilidad, su capacidad de esfuerzo y la moneda, es y seguirá siendo el parámetro que más exalte su personalidad. Todo además supeditado al ideal político que esclaviza a vivir en un solo hueco. El otro hecho es la tendencia gnóstica que de forma más o menos influyente nos lleva a creer que en la auténtica realidad del ser humano, el cuerpo queda rechazado a un último término. Este gnosticismo o conocimiento introspectivo de todo lo divino se considera superior a la fe en cuanto salvación espiritual.
El agobiante materialismo ha llevado a una exaltación del cuerpo sin precedentes en la actualidad. El cuido del cuerpo ha arrebatado el liderazgo al espíritu, hundido en las cloacas del libertinaje y la relatividad. Adornos múltiples, tatuajes, nueva configuración donde el ejercicio muscular ocupa un lugar secundario, retrocediendo ante una fe ciega en fármacos y cirugía. Perdida la confianza en el cuerpo que la naturaleza nos ha concedido, queremos que la ciencia nos lo rectifique dándole la forma determinada por las variables modas. Este proyecto transhumanista en el que la tecnología intenta superar a la naturaleza nunca será indicador de nuestra identidad y por más que nos esforcemos nunca pasará de ser el cuerpo, el soporte del alma y sus facultades, algo abstracto, indeterminado e inmaterial. El cuerpo nos limita o delimita, y el poder prolongarle sus caracteres juveniles se hace doctrina real. Lo razonable es no olvidar que el cuerpo humano forma parte de la persona y que la persona, su yo, su alma, su conciencia, su espiritualidad, que constituyen la verdadera realidad, vive dentro de ese aposento corporal, al menos durante el tiempo de su existencia.
Otro hecho de enorme interés es el cambio demográfico actual. El pasado año ha mostrado unas cifras de natalidad, que no se conocían tan bajas desde 1941. Frente a ello han crecido de modo exponencial el número de mascotas -cursi expresión existente en los hogares, que llega a los 9,3 millones, frente a un 6,6 de niños menores de 14 años. Un 43 por ciento de hogares españoles tienen mascotas y el 70 por ciento de los adultos Gen Z, es decir, de los nacidos a partir de 1994 -casi 8 millones- muy familiarizados con la tecnología digital, internet y los medios sociales desde muy temprana edad, prefieren tener mascotas antes que hijos. La zoofilia nos ha llevado a la Petophilia o amor excesivo a los animales, más que a las personas. Desembocando en el Síndrome de Noé, desorden psiquiátrico en el que se llega a una acumulación patológica de animales en el hogar. Y el hecho no es moderno. Ya Lord Byron se dejó decir “cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Los poetas no están libres de aberraciones. Pero si es cierto que es menos responsable tener un perro del que somos dueño y lo llevamos atados o esclavizado, que llevar la crianza de unos hijos, aunque se nos vean gestos tan fatuos como el acotar una playa para perros.
El arrullo de una paloma enamorada me devolvió a la realidad. La luz de la tarde aceleraba su paso hacia la sombra. En nuestra región andaluza es imposible vivir sin alma, aunque precisemos de nuestro cuerpo, para expresar nuestro mimetismo universal. Aquí se comprende como en ningún otro lugar -y sin precisar subvenciones extranjerizantes- que somos únicos y con enormes e irreductibles diferencias con los demás animales, inteligencia, afectividad, voluntad, espiritualidad y un largo etc., que incluye creatividad y capacidad de invención. La idea gnóstica es absurda en un pueblo saturado de fe en la Madre de Dios. Y que además sabe dormir plácida y felizmente una siesta filosófica, mientras en la parra la uva se dulcifica. .
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