Los locos estamos ya hartitos de los conciertos del verano y de las bullas que forman los jóvenes para poner a prueba sus frescos oídos. El otro día estábamos aburridos en el patio del manicomio y nos pusimos a hablar sobre las canciones que circulan hoy por esos mundos de Dios al ritmo de unas baterías más bien pensadas para los tam-tam africanos. Después de decir muchas pamplinas variadas, llegamos a la conclusión de que los gustos musicales han cambiado muchísimo. Cuando mi nieta me explica las canciones que le gustan, me llevo las manos a la cabeza y los dedos a los tímpanos, porque no puedo comprender que ese chum-ba-chum repetitivo hasta el vómito les pueda agradar a los jovencitos imberbes y no les ponga el coco retumbando. Es verdad que cada generación tiene su historia y sus canciones. Por ejemplo, a mi padre le encantaba Juanito Valderrama y se quedaba embobado con él. Sin embargo yo escuchaba aquello de:
Tengo que hacerme un rosario con tus dientes de marfil
para que pueda besarlo cuando esté lejos de ti…
Y me iba corriendo no fuera Juanito a colarse en mi casa con el dentista dispuesto a todo. Cuando salían en la tele los Beatles, mi padre se levantaba de golpe y se iba diciendo: Ya están aquí estos mamarrachos. A mi padre no le gustaban los de Liverpool y no los soportaba, porque ponían la boquita un poco doblada y cantaban cosas muy raras, como por ejemplo:
There are places I'll remember
All my life, though some have changed…
Además llevaban unos pelos que los hacían sospechosos de otra cosa. Por el contrario, a mí me gustaban los Beatles, me parecían lo máximo y lo mejor que se podía escuchar. Pero el tiempo no perdona y siguieron llegando canciones de todo tipo y calaña. Aparecieron Michael Jackson, Elvis Presley y otros de su mismo corte. Tanto movimiento de robot y de cadera y tanto zapatito inquieto ya empezaban a marearme.
Y, para no cansarles con esta historia que no va a ninguna parte, llegamos a la época actual. Mi nieta me cuenta lo que gusta ahora. Aquí no puedo poner la música, de eso se van a salvar ustedes, pero las letras ya lo dicen todo. Ahí va una muestra y ustedes mismos pueden juzgar sin necesidad de intérpretes ni asesores. Esto canta un señor alicantino llamado Kidd Keo, aunque su nombre real es Padua Keoma Salas Sánchez. Aprovechando su apellido Sánchez, bien podría haberse concedido una amnistía a sí mismo por escribir lo que sigue. Canta esta preciosidad:
Dracukeo, el empalador, la culeo, un taladrador
Le meto el de'o, dice por favor,
la caliento, soy un radiador
Si no tienes los 18, eso es cárcel (no, no, no)…
¿Qué les parece? ¿No es genial? ¿No se ve que el autor se ha calentado bastante la cabeza o quizás se la haya chocado con el quicio de la puerta? Esto ya rebasa mi atrasada y cavernícola mentalidad. Decía Bécquer con nostalgia: Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar. Y yo digo que ojalá vuelvan pronto, porque viendo el panorama que se presenta, a mí me entran ganas de tirarme por ese balcón tan añorado por el poeta.
A pesar del cariño que le tengo a mi nieta, casi prefiero a Juanito Valderrama, aunque los jóvenes me señalen por la calle y digan que ahí va uno que es más antiguo que la Mirinda.
Mientras tanto, habrá que acostumbrar el oído al ruido de la música actual y al tono cansino de los políticos, que se repiten más que las feministas.