Hoy, otra noche de fútbol. Todo el mundo se está organizando ya, para que sus obligaciones y compromisos no le desbaraten el encuentro.
Muchos dicen que esto del fútbol es un gran invento: nos libera de las responsabilidades, nos quita las preocupaciones, nos da la oportunidad de gritar, de cantar y de decirle tacos al árbitro; es la libertad de opinar sin represiones. Todos nos encontramos ahí, o en la tele, dispuestos a no perdernos un detalle.
Me decía un amigo que hoy la vida sin fútbol no tendría sentido. A nadie se le escapa el acontecimiento. Anteriormente, las mujeres se iban de la tele, hacían otras cosas o se marchaban a la otra tele de la vecina. Ahora no; ahora son las primeras en sentarse ante el televisor y opinar de fútbol tanto o más que los hombres. Sin embargo, todavía queda gente que reniega del fútbol y dicen que es lo mismo que hacían los emperadores romanos con el pueblo, “darles pan y circo para que no cayeran en el vicio de criticar a la República.”
Lo bueno es que el fútbol no cuesta nada a la República. Lo pagan generosamente los aficionados. Y nadie se queja de no poder ir al fútbol por la crisis. Hace dos semanas, en Valencia, se vendían entradas de reventa a 900 euros. Y los que no habían podido sacarlas, las pagaban sin quejarse. Esas dos horas de fútbol son una mina: una terapia para muchas personas, aseguran los sueldos millonarios de los jugadores y los espectadores pagan todos los gastos por muy caros que sean.
Cuando yo estudiaba en Sevilla, teníamos un excelente profesor de Psicología, director del Psiquiátrico de Miraflores, que se llamaba don Juan Delgado Roig. Era un buen aficionado al fútbol. Un día nos dijo que, para muchos de sus pacientes, el fútbol era una cura semanal. Iban al fútbol, desahogaban sus fobias contra el equipo contrario y volvían con los laureles de la victoria o de la pelea. Decía don Juan que él también era un forofo del fútbol. Y nos confesaba que, a veces, se sorprendía dando voces, diciendo tacos y fuera de sus casillas, pero volvía a casa como nuevo.
El fútbol ha escalado hoy las cotas más altas de la fenomenología y tiene todos los ingredientes de las cosas fantásticas: dura sólo dos horas; las sorpresas buenas y malas son efímeras como el periódico de ayer; los trofeos son espléndidos y duran más que los jugadores; los futbolistas se valoran mejor que los presidentes de Estado; algunos alcanzan la categoría de ídolos y héroes como los atletas y gladiadores del circo romano. Es más, los gobiernos dan “pan y fútbol al pueblo para que no cojan el vicio de criticar a la República”; más o menos como en la época del Imperio, saben que “con pan y fútbol las crisis son menos” y, cuando cumplen los treinta años, mandan a los futbolistas al banquillo o al foso de los leones que es lo mismo.”
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