Desencanto en El Puerto
No es que esté indignado pero la carnavalada de las elecciones municipales me hizo cavilar y relacioné los resultados
Que el Partido Popular ganase las elecciones municipales en El Puerto no supuso ninguna sorpresa. Todos esperábamos que Moresco revalidara su mayoría, simple, suficiente o absoluta, para poder gobernar con comodidad cuatro años más. Todos esperábamos que todo siguiera igual, porque El Puerto está muerto desde finales del siglo XIX cuando su sector vitivinícola entró en crisis y diosa de la abundancia nos abandonó para siempre y nos dejó como legado la apatía que nos caracteriza como ciudadanos.
Nuestra propia historia nos recuerda el mal endémico que padecemos en esta población de la Bahía: nos volcamos con José Napoléon, vitoreamos a Isabel II y aplaudimos a Primo de Rivera, dimos vivas a la proclamación de la Segunda República y nos echamos a la calle para recibir a Franco por Larga (para ser justos, muchos obligados por sus patronos, otros tantos no).
Seguramente si encuestamos a nuestros conciudadanos para preguntarles de qué equipo son, muchos responderían -del que gane-.
Queridos amigos y amigas, cada vez estoy más convencido que los cartagineses no se fueron de Doña Blanca por ningún episodio bélico, sino que se marcharon a otras tierras aburridos de tanto pasotismo y de que los nativos turdetanos de la zona, descendientes del mítico Tartessos, sólo salieran de sus casas si las copitas gratis justificaban dejar la comodidad del sillón orejero.
No es que esté indignado pero la carnavalada de las elecciones municipales me hizo cavilar y relacioné rápidamente aquellos resultados con las calles del centro de El Puerto vacías, en invierno y muchos días en verano, en aquellas playas sin actividad durante gran parte del año, en aquellos establecimientos tradicionales de nuestras calles y plazas de despechos sin público y con la mirada atónita del tendero, en aquellas rúas peatonalizadas para gentes que sólo miran impasibles, por sus ventanas, si el levante ha secado su ropa más rápido de la cuenta.
Aquí no pasa nada, nunca pasa nada, el que viene se va, y el que se queda se defrauda. Mi imaginación viajó hacia el casco bodeguero de Valdés y pensé - qué poco te queda viejo amigo-, mi alma entonces se transportó a una noche de Carnaval, para ver si me alegraba la vida entre copla y copla, y medité, -qué poco apoyo que tienes-, seguí viajando en mi melancolía y me colé en la Semana Santa, como penitente en pena, y me dije - qué poco se apoya la fe, qué ínfimo mimo para tanta pasión-, le quise preguntar al mundo de la cultura a ver si me daba las respuestas que necesitaba a tanta desidia de las autoridades y vecinos- , y lo que conseguí fue otra afirmación categórica: en El Puerto, oficialmente, mucho teatro y pocas nueces... y que no falte, por supuesto.
Seguimos pensando que El Puerto se vende sólo, sus playas y El Vaporcito, se encargan de hacer lo que no hacen muchos políticos nativos, impulsar El Puerto que nos cae a pedazos y que ya no respira juventud porque el pulso débil del enfermo se hace crónico al ser atacado, cual sanguijuela a la piel, por el parásito del desempleo.
La culpa fue del chachachá internacional, de la crisis o de Zapatero, a mí, concejal de turno, en gobierno u oposición, que me quiten lo bailado que yo vivo de esto, no para esto.
El Puerto de los políticos profesionales de la política también es digno de estudio exhaustivo: si gano porque gano, si pierdo no dimito, porque aquí nadie hace autocrítica y, mientras, tenemos que soportar la situación cuatro años más, que el elector ya ha hablado y el que no lo hizo, se quedó en casa, mirando por la ventana, a ver si el levante...
La Prioral se cae, y aquí nadie le mete mano al asunto porque no importa,-que más da, no se ha caído en cuatro siglos, no se va a caer ahora-, aguanta aguanta, que si no te lleva el tiempo te llevará la dejadez de los que te rodean. Un pueblo es pobre en la medida que sus habitantes no se implican en sus propios problemas.
C
omo decía el gran sociólogo Thompson, sólo se revolucionan las masas si éstas pasan necesidad, si hay hambre, y en El Puerto, ¿quién no tiene para un bocadillo?, pan y circo, ¡ Cómo aprendimos de los romanos!.
Y mientras todo esto sucede, un puñado de locos en sus cofradías, en sus asociaciones, en sus pequeños comercios, desde su estudio, desde la pluma, desde la fe en el cambio, desde un 15 M, desde la necesidad impuesta por el paro y la desesperación, desde su equipo deportivo luchan contra corriente, salmones portuenses que quieren remontar el río, nuestro Guadalete, hoy más que nunca el río del olvido.
Nuestra propia historia nos recuerda el mal endémico que padecemos en esta población de la Bahía: nos volcamos con José Napoléon, vitoreamos a Isabel II y aplaudimos a Primo de Rivera, dimos vivas a la proclamación de la Segunda República y nos echamos a la calle para recibir a Franco por Larga (para ser justos, muchos obligados por sus patronos, otros tantos no).
Seguramente si encuestamos a nuestros conciudadanos para preguntarles de qué equipo son, muchos responderían -del que gane-.
Queridos amigos y amigas, cada vez estoy más convencido que los cartagineses no se fueron de Doña Blanca por ningún episodio bélico, sino que se marcharon a otras tierras aburridos de tanto pasotismo y de que los nativos turdetanos de la zona, descendientes del mítico Tartessos, sólo salieran de sus casas si las copitas gratis justificaban dejar la comodidad del sillón orejero.
No es que esté indignado pero la carnavalada de las elecciones municipales me hizo cavilar y relacioné rápidamente aquellos resultados con las calles del centro de El Puerto vacías, en invierno y muchos días en verano, en aquellas playas sin actividad durante gran parte del año, en aquellos establecimientos tradicionales de nuestras calles y plazas de despechos sin público y con la mirada atónita del tendero, en aquellas rúas peatonalizadas para gentes que sólo miran impasibles, por sus ventanas, si el levante ha secado su ropa más rápido de la cuenta.
Aquí no pasa nada, nunca pasa nada, el que viene se va, y el que se queda se defrauda. Mi imaginación viajó hacia el casco bodeguero de Valdés y pensé - qué poco te queda viejo amigo-, mi alma entonces se transportó a una noche de Carnaval, para ver si me alegraba la vida entre copla y copla, y medité, -qué poco apoyo que tienes-, seguí viajando en mi melancolía y me colé en la Semana Santa, como penitente en pena, y me dije - qué poco se apoya la fe, qué ínfimo mimo para tanta pasión-, le quise preguntar al mundo de la cultura a ver si me daba las respuestas que necesitaba a tanta desidia de las autoridades y vecinos- , y lo que conseguí fue otra afirmación categórica: en El Puerto, oficialmente, mucho teatro y pocas nueces... y que no falte, por supuesto.
Seguimos pensando que El Puerto se vende sólo, sus playas y El Vaporcito, se encargan de hacer lo que no hacen muchos políticos nativos, impulsar El Puerto que nos cae a pedazos y que ya no respira juventud porque el pulso débil del enfermo se hace crónico al ser atacado, cual sanguijuela a la piel, por el parásito del desempleo.
La culpa fue del chachachá internacional, de la crisis o de Zapatero, a mí, concejal de turno, en gobierno u oposición, que me quiten lo bailado que yo vivo de esto, no para esto.
El Puerto de los políticos profesionales de la política también es digno de estudio exhaustivo: si gano porque gano, si pierdo no dimito, porque aquí nadie hace autocrítica y, mientras, tenemos que soportar la situación cuatro años más, que el elector ya ha hablado y el que no lo hizo, se quedó en casa, mirando por la ventana, a ver si el levante...
La Prioral se cae, y aquí nadie le mete mano al asunto porque no importa,-que más da, no se ha caído en cuatro siglos, no se va a caer ahora-, aguanta aguanta, que si no te lleva el tiempo te llevará la dejadez de los que te rodean. Un pueblo es pobre en la medida que sus habitantes no se implican en sus propios problemas.
C
omo decía el gran sociólogo Thompson, sólo se revolucionan las masas si éstas pasan necesidad, si hay hambre, y en El Puerto, ¿quién no tiene para un bocadillo?, pan y circo, ¡ Cómo aprendimos de los romanos!.
Y mientras todo esto sucede, un puñado de locos en sus cofradías, en sus asociaciones, en sus pequeños comercios, desde su estudio, desde la pluma, desde la fe en el cambio, desde un 15 M, desde la necesidad impuesta por el paro y la desesperación, desde su equipo deportivo luchan contra corriente, salmones portuenses que quieren remontar el río, nuestro Guadalete, hoy más que nunca el río del olvido.
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