Ana y yo hemos pasado tres días en Atenas visitando a nuestro amigo Yorgos, politólogo griego y toda una autoridad sobre nuestro país. No visitaba Atenas desde 2003, justo antes de los Juegos Olímpicos, cuando la ciudad estaba como la Barcelona del 1991: patas arriba.
Para empezar, dos cenas.
Llegamos a Atenas el mediodía de un lunes. El nuevo aeropuerto Elefterios Venizelos, inaugurado poco antes de los Juegos, es impresionante y muy bien estructurado. En 2002 recibió el premio de mejor aeropuerto mundial y no creo que fuese por casualidad. La línea azul del metro lleva directamente al centro por sólo seis euros. Una vez en el centro nos registramos en el hotel cuya estancia nos regala nuestro amigo, el Esperia Palace, un cálido y céntrico establecimiento de cuatro estrellas con guiños a los 50 y un buen desayuno. La buena situación en la calle Stadiou, permite ir caminando a cualquier punto del corazón de la ciudad.
El centro de Atenas está muy bien definido y como tal podríamos decir que es el área que hay entre la plaza Omonia (Concordia) y la plaza Syntagma (nada que ver con la gramática, su traducción es plaza de la Constitución). Entre ambas hay tres arterias principales: Panemistimiou -avenida principal que recibe el nombre por la histórica ubicación de la Universidad, traducción de su nombre-, Stadiou y Akadimias -calles paralelas-. Omonia es ruidosa, tomada por el tráfico, popular y con un punto canallón y hasta casi bohemio. Syntagma es prácticamente peatonal, muy animada y con restaurantes y locales mucho más a la moda. El lunes por la noche vamos a cenar Plaka, el barrio antiguo de Atenas situado a los pies del macizo de la Acrópolis. Es realmente impresionante admirar todo el conjunto monumental desde Plaka y el significado histórico que tiene en nuestra civilización actual. De hecho, me gustaría anotarles el lema comercial de una cerveza local para darnos cuenta de lo que significa la civilización griega: -“5,000 años de civilización, 2,600 años desde el nacimiento de la democracia, 51,807 palabras griegas en diferentes idiomas del mundo”-.
Plaka es durante el día un animado barrio que es en sí un mercado al aire libre con sus comercios y tiendas, durante la noche, es un lugar tranquilo donde sólo abren los restaurantes. Yorgos escoge para nuestra primera cena la taberna Bairaktaris en la plaza Monastiriki, el corazón de Plaka. Es un restaurante familiar fundado en 1879 donde se puede cenar al ritmo de música del tsirtaki; sus paredes, repletas de fotografías de personajes famosos da testimonio de su reputación. Pídase una ensalada griega, es de las mejores. No se olvide tampoco de tomarse un auténtico café griego, de puchero sin filtro, y con poso. ¡Déjelo reposar!
El martes, Yorgos nos tiene reservada una sorpresa. Haber cenado en Plaka es algo muy turístico, así que nos cita primero en la plaza del exclusivo barrio de Kolonaki -están las tiendas más exclusivas, como las de la calle favorita de Ana, Voukourestiou- para tomar el mejor café capuchino de Atenas en el Café da Capo. Nos atiende su propietario, el entrañable Sr. Hristopoulos que hace unos tres mil cafés diarios entre las 07,00 y las 23,00 horas a 3 euros la ración. ¡No está mal! De aquí nos vamos todos, en moto, sin casco, subiéndonos a la acera, en dirección prohibida y haciendo todas las infracciones “toleradas” en Atenas que quiera pensar, a Vlasis, un restaurante donde sólo van griegos. Existe desde 1950 y es el propio Sr. Vlasis quien le atiende. Es tal la reputación que… ¡no tiene rótulo! Todo el mundo en Atenas sabe donde está (entre el hotel Crowne Plaza y el Hilton). Tampoco hay carta, un camarero le enseña los primeros platos y usted escoge, él le indica cuales son los platos de cordero que ofrecen, especialidad de la casa. Tómese la panacota de postre, yo nunca he comido una mejor. Para acabar la noche, uno de los locales más veteranos y de moda en Kolonaki, el Rock & Droll para tomar una copa.
Seguimos con una cena y un partido.
El miércoles Yorgos nos lleva con su familia a ver el partido del Aek contra el Everton. Yorgos es el típico griego: padre de familia perfecto durante el día, gamberro durante la noche y amigo las 24 horas. Es un forofo de la camiseta amarilla del Aek, así que es acérrimo de Panathinaikos y Olimpiakos. No sé si alguna vez ha oído la expresión “infierno griego”, pero le confirmo que el estadio -donde podrá ver el impacto positivo de los Juegos en el desarrollo de la ciudad- es un auténtico infierno para el equipo visitante. Le recomiendo que se aprenda algunos cánticos de los aficionados (aunque no sepa lo que está diciendo), le ayudará a integrarse en la masa y a pasarlo bien. El partido acabó en derrota, pero es igual, ahí está la grandeza del pueblo griego: al puerto del Pireos -salida al mar de Atenas- a cenar pescado. En Microlímanos -puerto pequeño- hay muchos restaurantes, sobre todo en primera línea de mar. Le recomiendo que vaya donde nosotros cenamos: Papaioanno. Está un par de calles hacia adentro, un poco escondido. Sólo sirven pescado fresco y si no hay, pues patatas y ensalada, eso sí, muy buenas. No mire la carta y déjese orientar, no se arruinará, tranquilo. Sobre el vino, pida un tinto de Peloponeso. Ya sé que el pescado se toma con blanco, pero… ¡qué caray! Está en Grecia: tómese un buen tinto. La noche acaba en Microlimanos con la familia de Yorgos y el terremoto de su hijo, Costas, con 6 años y hooligan del Aek.
Para acabar, un mercado.
El jueves es el día de la despedida, así que Yorgos nos lleva a ver el antiguo estadio panatinaico y el monte Licavito. De ahí, a dar una vuelta por las peatonales Ermou y Aioulu hasta llegar al mercado central en la comercial calle Athina, admirando algunas de las iglesias que salpican el paisaje, incluída la propia catedral de Atenas. En mayúsculas: LE RECOMIENDO que vaya a este mercado. Está estructurado en dos perímetros, uno con carne y otro con pescado. Le sorprenderá el hecho de que los dependientes están delante de la parada y no detrás, cerca de usted. El griego es mediterráneo, como nosotros: gesticula, es buen comerciante, exagerado, cercano y… grita mucho. Los pasillos del mercado son un griterío continuo y una auténtica contienda comercial entre los diferentes vendedores para atraer a los clientes a cerrar una venta. Es una pena que no pueda añadir el sonido del mercado a la fotografía. Un viaje no son sólo sus imágenes, son también sus sonidos, y por supuesto, la experiencia que recordará.