Es difícil, en ocasiones, saber qué le decimos a la Luna, o exigirle una respuesta, cuando la pregunta no tiene más recorrido que un fin sin fin. Cuando las luces se tornan ocaso al unísono, cuando la vida arde y se consume, amaga con decir adiós, pero luego se reinventa. Quisiera estar mirando tus ojos huidizos y quebrados, esos abismos que encierran tantas pasiones arrastradas y tantos momentos que se fueron o se quedaron, para siempre; quisiera sentir, esas interrogantes frenéticas que siempre dejan tus palabras, en las largas noches de charla compartida con la memoria, el presente y el quién sabe, al amparo de la cerveza fría, pero me tengo que consolar, con las noticias que me van contando que has despertado, que te aferras con garras dobles de vida a la existencia; que has despertado y ya quieres, salir corriendo, ir a buscarte, compartir y convivir esta vida que, al final, tanto amamos todos, pese a sus lumbres tardías, pese a sus sombras terribles, pese a sus volcanes extinguidos (o tal vez por ell0s) y siempre, pese a las tristezas y las mentiras, pese al fango, pese a los insensatos. Porque al fin y al cabo, es única en su especie, digan lo que digan, y no podemos inventarla, sino tan sólo aceptar que su virtud es recorrerse al ir recorriéndose, siempre a través de esos caminos hacia ninguna parte; única en su especie y aún así, tan mal trazada y tan vertiginosamente fugaz, que apenas puede uno reparar en la angustia de esa piel efímera. Me cuentan que has bordeado las luces de la nada, y sin embargo, me quedo con las buenas nuevas que hablan de tu recuperación, amigo, que apuntan a que quieres sonreír a todos, que quieres dar una lección a ese destino que no era para ti y que no has querido, que rechazas con tal firmeza, que los doctores llaman milagro, pero que no es en realidad, sino la más natural de las leyes imponiéndose. Porque “mis huesos son sobrinos de tus huesos”, este deseo interminable de abrazarte me ha hecho dudar en ocasiones, de si llegado el momento, porque el momento siempre llega, y como dijo aquel, “más temprano que tarde sin reposo”, tenga todas las fuerzas como quiero para sonreírte y desearte el mejor de los presentes, porque siempre es el presente, que mañana “es sólo un adverbio de tiempo” y la vida, no sabe de escenas aplazadas o vivencias para después. Así, amigo, he fundido mis lágrimas con el mar, cuando la pleamar amenazaba con borrar nuestras huellas, y le he susurrado al viento, que cesara en su osadía de arrastrarte y llevarte para siempre a no sé qué jardines que no quiero. Por eso, ahora que sé que todo va mejor, Jose Mari, te siento tan a mi lado, con tanta vida, que te mando aquel soplo de Camarón: “Dicen de mí/que me amenaza el tiempo/dicen de mí/ay que si yo estoy vivo o muerto/Y yo les digo, les digo y digo/Mientras mi corazoncillo hierva/yo voy a vencer a mi enemigo”.
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