En el mes de enero, vino Pepe Alarcón para contarnos que se quería “despedir de mis clientes, agradecerles que hayan depositado la confianza en mí”. La jubilación suena a despedida, pero puede que no. O que también refleje agradecimiento, cierta nostalgia, melancolía. En el caso de Pepe, con ese característicamente cariñoso deje en la voz, además, a la necesidad de contar cosas, de seguir aferrado al pan suyo de cada día en los últimos quince años. Y aunque no sea exactamente una disculpa por no haber seguido siendo frutero, sí un verdadero reconocimiento a su eterna y vitalicia condición de hortelano. “Nací hortelano, de padres hortelanos y aunque haya tenido que desenvolverme en otras profesiones como comercial y ferretero, me sigo sintiendo hortelano”, dice Pepe. Lo afirma absolutamente convencido y con ese gesto de sentimiento que no sale del rostro sino que viene de algo más adentro. Como si ahora, que tiene otro tiempo porque la jubilación llama a su puerta, quisiera emplearlo, no en atender al cliente sino en reivindicar y reivindicarse en ese oficio de hortelano que se está perdiendo en algunos lugares, que en otros se está masificando o industrializando de una manera tan bestial que puede dejarse jirones de su esencia.
Llega un viajante o un comercial, un cliente. Y repasa con el primero, catálogos, productos, necesidades... Y con el segundo, atención. “Casi que no necesito preguntarles lo que quieren, en cuanto los veo entrar ya sé más o menos por donde puede ir la cosa”. Eso, a eso, se le puede llamar psicología. O repetición de actos continuados en el tiempo, en los minutos y en los segundos. Miles de ellos en años. No rutina, porque cada segundo, cada cliente y cada producto (y más en una ferretería) es un mundo diferente.
Se jubila Pepe Alarcón, no sin antes dejar encarrilado el negocio en la nueva familia que va a vivir de él. Y no sin haber abusado un poco de la confianza de sus amigos y conocidos en una colecta, a base de pocos euros en pocos euros, para irse a tierras sudamericanas a entregar ropa a los niños más necesitados.
Camino empezado
En octubre de 2008 decidieron aportar su experiencia en un oficio para ellas mismas. Dejar atrás la cuenta ajena y empezar con su propio negocio. Cambiar las posibilidades y desventajas de una nómina, por las otras posibilidades y desventajas de ser autónomas y autoempleadas. “Nos va bien”. Y decir eso en tiempos de crisis tan acuciante y asfixiante para los comercios (no sólo para ellos), ya es bastante valoración sin que quepa lugar a ninguna otra duda.
La peluquería y centro de estética “Gala” está en la calle Agustín Valverde número 10. Rosa atiende a sus clientes para hacerles la cera, arreglos de cutis, belleza en general, con diferentes tratamientos para sentirse mejor. “Incluso trabajamos con células madre”, comentó. En el ambiente, olor a flores y serenidad. Algo más de bullicio en el apartado dedicado a peluquería, para señoras y caballeros. Ya se sabe que la complicidad entre quien se sienta para que sea su cabello atendido y quien maneja los pelos del cliente con sus manos, puede llegar a ser muy alta.
El sonido de los secadores no es un zumbido aunque lo parece. Es como el viento que busca horizontes y no parará hasta que los bien encuentre.