De repente, el último verano

Publicado: 22/07/2013
Buena parte de la juventud aprovecha las vacaciones estivales para aturdirse y desmadrarse, para olvidarse de los fantasmas sumergiéndose en un presente donde todo es imaginario, salvo el miedo al futuro.
Los acontecimientos que narra Albert Camus en La peste (1947) empiezan un 16 de abril con el hallazgo de una rata muerta.  Todavía es primavera. Pero después de unas ochenta páginas estalla el verano de golpe: viento abrasador, sol de justicia, reverberaciones cegadoras, noches tórridas, etc. Los hechos transcurren en la ciudad de Orán, al noroeste de una Argelia aún bajo el yugo colonial de Francia.

Favorecida por las altas temperaturas, la peste se extiende en forma de epidemia. Los veranos cálidos propician ciertos desastres. En unas zonas geográficas más que en otras.

Un sábado, 18 de julio de 1936, en la hoy capital de la Comunidad Autónoma Andaluza, pocos minutos antes de las nueve de la noche, se oye a través de la emisora Unión Radio de Sevilla la voz del general Queipo de Llano: “Sevillanos: ¡A las armas! La patria está en peligro y, para salvarla, unos cuentos hombres de corazón, unos cuantos generales, hemos asumido la responsabilidad de ponernos al frente de un Movimiento de Salvación que triunfa por todas partes (…)”. Fue aquél un verano infernal para los españoles, quienes fueron poseídos por la sensación de tener al enemigo en casa. Los pobladores del país, divididos aproximadamente en dos mitades, se consideraban recíprocamente adversarios irreconciliables en un desencuentro irreversible.

Durante un verano que pasó en España, Gertrude Stein llegó a conclusiones muy interesantes sobre el arte abstracto; y, más concretamente, sobre la españolidad del Cubismo, tesis que defendería a lo largo de toda su vida.

Stein concibió, así mismo, su teoría de que España y Estados Unidos eran las dos únicas naciones occidentales que podían realizar abstracciones: “En el caso de los americanos, la abstracción se expresa mediante la despersonalización, en literatura y en la creación de máquinas, mientras que en el caso de los españoles se expresa mediante unos ritos tan abstractos que no guardan relación con nada, salvo con el rito en sí mismo”. La autora de The Making of Americans (1906-1908, publicado en 1925) incluso establecía un vínculo esencial entre la abstracción y la crueldad dentro de una forma que ella designaba como ‘materialismo de la acción’ y que en España constituía un fenómeno absolutamente espontáneo.

Hay muchos que esperan o buscan revelaciones en el verano —como la que tuvo Gertrude Stein— porque recuerdan los veranos de la infancia y la adolescencia, cuando se sentían dueños del tiempo, hijos de la libertad, espíritus aventureros, exploradores de  ilusorios paraísos. En casi todas las biografías hay un verano inolvidable.

Sin embargo, en las actuales circunstancias sociales, me cuentan amigos psiquiatras y psicólogos que cada vez es más difícil la mitificación de los veranos, debido a los cambios sustanciales que se han ido produciendo tanto a nivel social como cultural. Hablamos de este Occidente en plena decadencia. Y dejamos a un lado los factores económicos y políticos. Bueno, no podemos dejarlos a un lado porque constituyen el fondo conflictivo y tenebroso de las aludidas  transformaciones.

Un 7 de julio de 1937 Japón atacaba a China desde el ocupado territorio de Manchuria. Realmente fue el comienzo asiático de la Segunda Guerra Mundial. Era también la Segunda Guerra Sino-japonesa.

En Europa, el 1 de septiembre de 1939, al final del verano, Hitler atacaba a Polonia. El ocho de septiembre —todavía verano— las tropas alemanas se sitúan frente a Varsovia para iniciar el asedio que acabaría con la toma de la ciudad el 28 de ese mes. El verano había terminado. “La existencia de Polonia es intolerable e incompatible con las condiciones esenciales de vida de Alemania. Polonia debe irse y se irá (…)”, había dicho el Generaloberst (Coronel General) Hans von Seeckt, cuyos restos reposan bajo la cruz de Cristo en el Invalidenfriedhof.

Las desgracias no ocurren sólo en los veranos, naturalmente. Ahora aumenta el número de personas, jóvenes sobre todo, que conciben el verano como un curso intensivo de embrutecimiento, por las costumbres que practican,  lo cual no deja de ser una tendencia inquietante y negativa. Buena parte de la juventud aprovecha las vacaciones estivales para aturdirse y desmadrarse, para olvidarse de los fantasmas sumergiéndose en un presente donde todo es imaginario, salvo el miedo al futuro. 

 

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