La misma naturalidad que ha caracterizado a Hugo Stuven en las distancias cortas con quienes tienen que contar con la pluma o el micrófono lo que él quiere contar a través del celuloide o del digital. Avanzábamos en el terreno de los preparativos de una escena y su calva y bigote, las del realizador de Aplauso, Ratones Coloraos, varios musicales, programas de humor y más... casi sonaron más que el megáfono del director de escena que constantemente comunicaba a producción el siguiente paso, los actores necesarios para la secuencia próxima. Avanzó él , vestido de oscuro con un ligero tono verde nada llamativo y nos extendió y ofreció la mano derecha. Algunos nudillos peleaban contra el paso del tiempo. No apretó mucho, pero sí deslizó el contacto. Y aunque no sonrió, su disposición a hablar, su comprensión hacia esa especie de “sacrificio” colateral que representa la promoción del trabajo de un director o productor de espectáculos, fue total.
Seguro que no estaban los caballos prometidos, los figurantes fieros y vestidos que debían llegar, y todas esas cosas que siempre a última hora se retrasan o hay que improvisarlas sobre la marcha aunque se haya viajado decenas de veces a las localizaciones o a repasar el guión de cada jornada de rodaje, minuto a minuto. Pero habló Stuven y contó cosas, en el micrófono y fuera de él. Estaba rodando con su equipo pero no pudo evitar hablar de la grabación de la entrevista de Jesús Quintero a Tom Jones, hacía escasas horas: “Es la primera vez que entrevista a alguien con traducción simultánea, que no hablan en castellano”, dijo con el orgullo de un niño que sueña con ser realizador, sin darse cuenta (o dándosela plenamente) de que es un realizador que lleva a sus hijos gemelos de 6 años a los rodajes. “Les traigo porque uno de ellos quiere ser actor y le daré el papelito de Julio César cuando era pequeño”. Y así transcurrió el tiempo, entre las bambalinas de la entrevista, entre las alturas de un trípode para tomar un plano en el que se disimule la papada...
No faltó ese momento de “trabucarse” en la respuesta, intentando recordar que lo que había medido en el campo de batalla a los romanos de Julio César con los aguerridos seguidores de Pompeyo había sido una guerra civil. Todo absolutamente natural, como la vida misma de aquellos que han decidido hacer de su existencia algo más que una impresión, una petulancia, una cara sin reversos, la palma de la mano abierta sin enseñar demasiado el dorso.
MUNDA
No intervino mucho en el rodaje de las escenas recreadas en el Guadajoz baenense, pero siempre estuvo en los momentos importantes. Hablando y escuchando, sereno y relajado, contundente y directo. Perfilando la mejor manera de una escena que puede ser un final impresionante para el documental con Julio César victorioso en su inmensa y casi inalcanzable llanura para su vista de tirano. Con plaqueta en la mano del ayudante, o sin ella, de viva voz, casi imperceptible entre los silencios de una explanada soleada pero donde no se movía ni una paja, ni siquiera los músculos faciales pétreos del gran ganador de aquella batalla desigual en la que 50.000 ganaron a 70.000. Menos números necesitó Stuven para, con actores y figurantes, rodar el documental de los miles. Con 200, seguramente escasos, le bastó.
—Un aplauso—
“Vivo, trabajo, sufro con mi familia, no pierdo nunca el horizonte y soy una persona normal”
Tener la oportunidad de ojear y hasta hojear (porque son muchas páginas), los trabajos que ha hecho Stuven, el currículum que presentaría sin ser novicio a cualquier hipotética entrevista de trabajo, es un verdadero privilegio. Incluso desde el punto de vista histórico, porque es como una especie de retardo en el tiempo, en las décadas. Te suena casi todo. Algunas cosas de las que hizo para televisión ni conocías que habían tenido y tienen su sello. Es como parte de la vida que pasa por delante de los ojos del mirón, que se ha quedado en la retina proyectada desde las famosas otrora, 625 líneas. Hugo Stuven ya no luce la melena que le hacía rompedor, como el primer gran programa que realizó para la tele pública y que le hizo saltar a un mercado cotizado.
“Aplauso” no era una versión moderna de los famosos zooms de Valerio Lazarov. Tenía otro estilo, el de discoteca propio de la época que nadie había enfocado. Por allí pasaron Mecano, Bosé, Enrique y Ana, Boney M... y un sinfín de famosos. Sus encuadres, inolvidables. Con razón se declara un enamorado de los musicales y galas en directo. Hugo sigue en la brecha, como si fuera el primer día aunque no lo es. Pero él si necesita que lo sea. No sólo por motivación personal sino por naturaleza propia. “Yo no pierdo nunca el horizonte de dónde estoy y quién soy. Yo no soy nada, tengo la suerte de ser conocido por mi trabajo en televisión, pero vivo y sufro como otros”, dice... Algunas de las cosas que le han sucedido en la vida, fundamentalmente anécdotas, las ha contado en un libro publicado hace un par de años, muy leído y de título “Quien te ha visto y quien tve”. Empezó como ayudante de regidor y terminó siendo realizador. Bueno, sigue siéndolo. No pasó de “Aplauso” a “Ratones Coloraos” sin una dilatada transición por el medio de ambos ejemplos de buen hacer. Pero dice que “esencialmente sigo siendo el mismo, quizá con más responsabilidad. Y ahora con Quintero que es un profesional exigente”.