Resulta curioso comprobar la trascendencia emotiva de determinados obituarios a la hora de ensalzar la trayectoria profesional y artística de algún actor o director de cine. El pasado lunes, por ejemplo, falleció Harold Ramis. Lo hizo de forma un tanto prematura, a los 69 años y a causa de una enfermedad rara que contrajo hace unos cuatro años. Ha habido quien lo ha calificado como “uno de los cómicos más brillantes de Hollywood”. Pregunten por ahí por Harold Ramis a ver qué le contestan, si es que les suena el nombre.
Efectivamente, Harold Ramis se encontraba entre los protagonistas de tres de las películas más taquilleras de los 80:
El pelotón chiflado y las dos entregas de
Los cazafantasmas, todas ellas dirigidas por Ivan Reitman y coprotagonizadas por Bill Murray, pero en su contra cabe decir que siempre hizo el personaje menos simpático y, puede, que el menos recordado.
Pese a todo, su referencia es inevitable a la hora de abordar la reciente historia del mundo del cine, entre otras cosas porque consiguió una merecida notoriedad como director de, al menos, tres comedias más que aceptables y, una de ellas, de trascendencia extracinematográfica:
Atrapado en el tiempo, conocida también popularmente por su título original, El día de la marmota. Antes de dirigir este ya pequeño clásico, Ramis había estado al frente de varias americanadas de difícil digestión, caso de
El club de los chalados, Las vacaciones de una chiflada familia americana y
Club Paraíso, pero para
Atrapado en el tiempo se apoyó en una atractiva pareja protagonista -Bill Murray y Andie McDowell- y en un guión propio para ofrecernos una divertida sátira sobre la rutina y las tradiciones con un agradecido sentido del ritmo e inolvidables sketches.
Con aquella película se ganó el respeto y cierta admiración, y lo volvió a refrendar con la siguiente,
Multiplicity, titulada en España
Mis dobles, mi mujer y yo, en la que planteaba con aire de comedia los avances en la clonación humana.
Le seguiría
Al diablo con el diablo, remake de una pésima película de Stanley Donen con Dudley Moore, de la que salió más airoso de lo esperado antes de afrontar el otro gran éxito de su carrera como director,
Una terapia peligrosa, para la que contó con la complicidad de Robert de Niro como el mafioso que debe ir al psiquiatra para controlar su ira. La película contó con una secuela, que fue una mera reiteración de lo ya contado en la cinta original, pero para entonces Ramis ya había vuelto a dar señales de su irregularidad; primero con su fallida incursión en el cine negro con la decepcionante
La cosecha de hielo y, posteriormente, con la escasamente graciosa
Año cero, a mayor gloria del incontrolable y menos gracioso Jack Black.