Como otras muchas cosas ocurridas a lo largo de la historia, detrás de algunas innovaciones generalmente han estado los intereses económicos que estas reportan. Nuestras cofradías no han escapado a beneficiarse de estas evoluciones.
Me estoy refiriendo a la novedad que representó que la querida Hermandad de las Angustias constituyera la primera cuadrilla de hermanos costaleros. Al éxito de esta primera cuadrilla se uniría el bien devocional que se produjo en ellos el que sus hermanos realizaran una brillante estación de penitencia aquella Semana Santa y que la hermandad se viese liberada de pagar a la cuadrilla de profesionales que hasta ese momento cargaba con su Titular.
Curiosamente, la mayoría de los costaleros que se dedicaba a cargar en Semana Santa eran esforzados trabajadores, reclutados por los capataces de entonces en los silos que tenía el Servicio Nacional del Trigo en la calle Porvenir.
Sólo que estos esforzados costaleros, acostumbrados a portear infinidades de sacos de 90 kilos de este cereal, sus devociones o promesas de cargar con los pasos se debían exclusivamente a llevar en Semana Santa a sus pobres hogares un poco de dinero extra que les ayudasen a pagar los débitos contraídos con los almacenes de comestibles de sus barrios.
También muchas personas humildes que trabajaban eventualmente en las bodegas de cajoneros esperaban con ansia que llegase la Semana Santa, porque como los citados trepaores dedicados a descargar trigo, ellos también hacían este trabajo tan duro cargando con las pesadas cajas de madera con la que antiguamente los bodegueros enviaban sus botellas de jerez a sus clientes al mundo entero.
Estos costaleros del hambre apenas si necesitaban de igualá, fisioterapeuta o de prebendas de las muchas cofradías que durante la Semana Santa sacaban diariamente a la calle.
Curiosamente con lo mal que estaban a alimentados y lo poco aficionados que eran la mayoría de estos costaleros, ninguna cofradía temió que sus pasos se quedasen tirados en la calle, o que la trasera o un costado llegase arrastrando al templo. Ellos se sentían realmente satisfechos, porque al año siguiente el capataz volvía a llamarlos, que era lo mismo que asegurar unas pesetas para sus pobrísimas economías familiares.