El cortejo, integrado por cien cofrades del Santo Crucifijo, partió de la capilla del Sagrario, para recorrer a continuación el escaso trayecto que separa a la vida contemplativa del ajetreo cotidiano. La Virgen de la Encarnación fue portada en unas pequeñas andas, apareciendo vestida ante las religiosas como si de una hermana más se tratase.
Ya en el interior del convento, el párroco de San Miguel y director espiritual del Santo Crucifijo rezó los Siete Dolores de la Virgen. Tanto la iglesia del monasterio como el patio, habilitado para la ocasión, se quedaron pequeños para acoger a los cientos de fieles que quisieron vivir en primera persona este histórico momento.
Las religiosas correspondieron a la hermandad haciendo entrega de varias ofrendas a la Santísima Virgen, que vienen a sumarse a esa ofrenda diaria de la oración. Nunca cincuenta metros habían estado tan lejos. Ayer, al fin, la clausura se abrió al exterior para recibir a la misma Encarnación de María.