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No es oro todo lo que reluce

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Si nos fijamos en el refranero español. El elegido para el título del presente artículo, con sólo leerlo, pronto se adivina lo que se pretende decir.

   Dicho esto y si el refrán escogido, lo aplicamos a la imagen que desde el exterior presentan nuestras queridas hermandades y cofradías; convendría detenerse para aclarar su auténtico valor y no menos importante significado.  Para el no creyente, el desinformado y tal vez también para muchos cristianos, el resplandor del oro, del brillo y de las aparentes riquezas que de las hermandades y cofradías ciertamente se perciben en sus manifestaciones; especialmente en las públicas, que son en las que más ostensiblemente se aprecian y como consecuencia;  podrían confundir a la opinión del público en general y de la ciudadanía en particular.

    Sin embargo nada más lejos de una realidad contemplada desde el exterior como si pareciera un contrasentido, si no se vive desde adentro ni se observa el fin religioso y espiritual que las mismas poseen. Amén de otras consideraciones y circunstancias, que  convienen aclarar en cuanto al supuesto derroche que se les atribuyen.


   Hay quienes piensan y no les faltan razón (su razón) al decir, que el dinero invertido por estas corporaciones, deberían ser exclusivamente destinados a socorrer a los más pobres y menesterosos -parcela ésta- que también practican de manera altamente considerable, aunque su fin principal esté dedicado a rendir culto interno y externo como muestra de adoración, honor y mayor gloria dedicada a servir al Salvador del Mundo: Nuestro Señor Jesucristo, a su Santa Madre María Santísima y a su Iglesia.

   Y en este sentido, todo un cardenal, Fray Carlos Amigo Vallejo en la conferencia pronunciada aquí en La Isla con motivo del Año de la Fe, decía con el tino que le caracteriza, que los cofrades son capaces de festejar la adquisición de un llamador y sobre él volcarse y publicitarlo. Así como organizar una conferencia, ofrecer una exaltación del mismo y silenciar sin embargo, las grandes obras caritativas que realizan, que siguiendo la opinión del propio cardenal, pone sutilmente el acento y la coma diciendo: ‘’de las obras que se hace con los pobres no se presume’’; asignatura ésta, que tienen muy bien aprendida y con suficiencia nuestras queridas corporaciones.

   Hay también otras razones de cultura, costumbre y tradición que desde siglos se vienen practicando. Y en este otro sentido, no se puede medir sus actos ni dimensionar sus representaciones públicas o privadas. Y si las comparamos bajo el aspecto dinerario, habría que establecer ciertas matizaciones sensiblemente diferenciales y comparativas ante la siguiente pregunta que siempre me he planteado: ¿por qué puede ser censurable el dinero que las hermandades destinan a ofrecerles a sus fieles y devotos y en general a todos los ciudadanos, la magnitud de lo que representan?  ¿Y en cambio no se repare  en las cantidades dinerarias que se destinan a representar a los personajes mediáticos o elegidos mediantes ninot que luego -son quemados- en las Fallas de Valencia?


   Y asimismo se podía seguir relacionando una larga lista de otros tipos de festejos similares repartidos por toda nuestra amplia geografía donde en todos ellos, el factor dinero lo sustenta -siendo éste- su principal motor. Por tanto, habría que  hacer constar la gran diferencia existente en la procedencia del mismo, ya sea de carácter público o privado. Porque en el caso concreto de las hermandades y cofradías, basta con considerar que su procedencia en su inmensa mayoría es -absolutamente privado- a través de las módicas cuotas de sus hermanos, del dinero que obtienen de las postulaciones y de los donativos privados de sus fieles y devotos. Así cómo del ingenio de sus hermanos dirigentes para obtener los recursos necesarios en ferias, verbenas, excursiones, etcétera. Y de paso aclararles a los que se empeñan en creer otra cosa, que las instituciones públicas ayudan económicamente sólo con una corta subvención a diferencia de lo que invierten en otras entidades y espectáculos, ya que las procesiones prácticamente se financian solas. Es más, hoy paradójicamente y después de más de 20 años, reciben de subvención traducidas en pesetas -veinte mil menos- de las cien mil que recibían entonces. Aunque la Semana Santa sirva como referente para promocionar, presentar o publicitar la marca de una ciudad en ferias y mercados.    

   Y si nos fijamos solamente en estos gastos y no en su objetivo, preguntaría: ¿Es aconsejable hacerlo? ¿Es tal vez objeto de censura? ¿No será que también forma parte de la cultura y la tradición de un pueblo? Porque hay que exponer con rotundidad, que en el caso de las hermandades y cofradías, lo invertido permanece y enriquece un patrimonio que además de ser propiedad de sus hermanos, está a la disposición y al disfrute gratuito de la contemplación de los ciudadanos y forma parte del enriquecimiento religioso, artístico y cultural de un pueblo. Y en el caso de las Fallas, sin que genere los mismos antecedentes anteriores salvo el de la diversión.

También, cómo no, hay que considerar, que proporcionan riquezas a la ciudad, conservando además sus costumbres. Pero volviendo a las hermandades y como última consecuencia -que hoy se ha convertido en primera- cultivan sin proponérselo el desarrollo del turismo en general; tanto el interno como el externo. Con lo cual y en este caso, igualmente podríamos aplicar este otro refrán: a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del césar. 

   En suma, creo que estas consideraciones sin ahondar en otras de mayor calado, pretende poner de manifiesto el citado refrán del título: ¡No es oro todo lo que reluce! Y como todos los refraneros supongo que, resultará acertado si no en su totalidad, sí al menos en gran parte. Sobre todo, si se contempla con inteligencia, benevolencia y consideración; porque el símil se haya aplicado a un asunto relacionado a la Iglesia, que pasa hoy por el trance de algunos ciudadanos empeñados en desestimarla.  

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