Ayer le imaginé explicando a San Pedro lo mal que lo ha pasado estos últimos años en Santo Domingo, siempre pendiente de los negros nubarrones que hacían temer la presencia en la calle de su Señor de la Oración en el Huerto. Pidiéndole también, estoy seguro, que no se mojaran los albinegros nazarenos del Lora Tamayo, que pudieran salir a la calle el caballo blanco de la Lanzada y la cruz de guía de la Vera Cruz. Sí Manolo, sí, esa que es llevada a hombros por cuatro nazarenos.
El apóstol también debió entender que el padre Repetto quería ser anfitrión de la última salida desde la Catedral de la Virgen del Mayor Dolor. Sí Manolo, sí, la del puñal en el pecho. Con gran profusión de gestos trató de explicar a San Pedro la ilusión que le hacía disfrutar de un Jueves Santo radiante desde el mejor palco que soñar se pueda, con su papeleta de sitio número uno y su medalla del Huerto al cuello.
Así fue como se obró el milagro de que el Día del Amor Fraterno se olvidara por una vez de nubes y vientos, borrascas y frentes. Sentados en el palco de la gloria, San Pedro y Manolo asistieron a la salida de la Hermandad de la Redención. Eran las tres y media de la tarde. El único paso de la cofradía estrenó la talla de la trasera de su canastilla, así como dos judíos y un sanedrita, de Luis González Rey. A Manolo le encantó la hermandad salesiana, que sólo había visto antes de que pasara al Jueves Santo. El paso del Señor de la Redención, cuya cuadrilla fue mandada por Juan Carlos Sambruno, fue acompañado por la Banda de Cornetas y Tambores del Cristo del Amor, de El Puerto de Santa María.
Tras adentrarse en Icovesa, la cofradía vivió momentos especialmente emotivos en el interior del Hospital de San Juan Grande, antes de iniciar su camino hacia la Carrera Oficial.
Sin necesidad de acelerar el paso calle Taxdirt abajo, Manolo se plantó en primera fila de la plaza Melgarejo para asistir a la salida de la Hermandad de la Vera Cruz, un momento del que nunca antes había disfrutado. Le cautivó el clasicismo de esta cofradía: la forma de portar la cruz de guía, la música de capilla, el exorno del misterio, el rachear costalero... Borja Diaz Lobatón y José Manuel Otero Vázquez estuvieron al frente de los pasos de misterio y palio, respectivamente. La Virgen de las Lágrimas volvió a estar acompañada de la Banda de Música Pedro Álvarez Hidalgo, de Puerto Real, que interpretaría un riguroso repertorio de marchas clásicas.
La Catedral reclamaba la atención de Manolito. Estaba convencido de que era la última vez que la Virgen del Mayor Dolor saldría desde allí, sobre todo después de comprobar que habían desaparecido las vallas que perimetraban la iglesia de San Dionisio.
Antes de ver a la Señora se reencontró con el Ecce Homo, que ayer recuperaría en la calle el esplendor perdido gracias al trabajo de restauración llevado a cabo en el taller de Francisco Bazán. Detrás, la Agrupación Musical San Juan. Sí, Manolo, la de Pepe El Guardia, ese que también marchó y que esta Semana Santa ha vuelto gracias a las notas que sobre el pentagrama ha escrito Emilio Ruiz. Pablo Ruiz-Berdejo y José Manuel Perdigones estuvieron al frente de las cuadrillas de costaleros. La Banda de Música Acordes de Jerez acompañó al paso de palio de la Virgen del Mayor Dolor. Manolo aprovechó su encuentro con Domingo Diaz para recordarle que sus jóvenes músicos son también pieza importante de un ascenso, el del Xerez, del que está plenamente convencido.
Tenía mucho interés en ver a la Hermandad de la Lanzada por Tornería, sobre todo porque fue el primero en enterarse que la cofradía había decidido recuperar la configuración tradicional de su paso de misterio, retirando las imágenes que hace unos años tallara Manuel Ramos Corona.
Desaparecieron por tanto María Salomé y María de Cleofás, así como el caballo y el Longinos de nueva factura. En su lugar fue colocado el conjunto que tallara Rafael Barbero, debidamente restaurado por Agustín Pina. No supo decir si le gustó más o menos el paso porque en los últimos años tampoco había tenido la ocasión de verlo en la calle.
Sí le gustaron, y mucho, el estandarte corporativo y los paños de bocina que ha bordado Jesús Rosado, siguiendo un diseño de Enrique Hernández. También el acompañamiento de la Unión Musical Astigitana, que interpretó en más de una ocasión la marcha El Cristo de la Lanzada, de Rafael Márquez Galindo.
Había llegado el final de la jornada. Faltaba un cuarto de hora para que dieran las ocho de la tarde y se abrían las puertas de la iglesia de Santo Domingo. “Esa es la mía”, dijo Manolo a San Pedro, con gesto rotundo y orgulloso. No pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla cuando escuchó los continuos homenajes que se le ofrecían en el interior del templo, justo cuando el Señor de la Oración en el Huerto avanzaba en busca de su reencuentro anual con los jerezanos.
Pidió permiso a San Pedro y marchó allá donde el palquillo de toma de horas para abrazar a su diputado de cruz, a quien mostró su eterna papeleta de sitio, demandando un cirio, una vara o el cántaro del agua para saciar la sed de los costaleros de Manuel Ballesteros y José Luis Sánchez.
Pero ese no era ya su sitio. Ni siquiera la presidencia de su paso de misterio. Ni siquiera el palermo tantos años ya en manos de José Antonio González de la Peña. Su sitio estaba tras el Señor de la Oración en el Huerto, cual ángel que se oculta entre los olivos de Getsemaní. ¿Acaso no le adivinaron allí? ¿No les invitó también a pasear por esa calle que desde ayer lleva su nombre?.