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La muerte de un árbol

La muerte es siempre triste, pero resulta término obligado de la vida, y forma parte de la misma vida...

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La muerte es siempre triste, pero resulta término obligado de la vida, y forma parte de la misma vida. Es penosa la muerte de un humano, sobre todo si uno ha convivido con él; mas también resulta dolorosa la muerte de un árbol, a la postre otro ser vivo, un organismo formado por átomos y moléculas complejas, capaz de crecer y reproducirse. He aprendido, a lo largo de mi ya no corta vida, a amar a los árboles. En un modesto chalet, a no mucha distancia de Jaén, he plantado mis árboles, los he cuidado, los he visto crecer y enfermar, los he curado y, finalmente, he asistido impotente a su muerte. Cuando uno se ve acompañado por un árbol a lo largo de décadas, y descansa satisfecho la vista en su verdor primaveral tanto como se acongoja con sus ramas desnudas, lo aprecia como amigo silencioso y fiel. Cuando debe eliminarlo porque ha muerto, siente desgarro.
Creo que fue el cubano José Martí quien dijo que un hombre se halla verdaderamente realizado si en el curso de su existencia planta un árbol, tiene un hijo y escribe un libro. A Dios gracias, he cumplido en los tres aspectos. También viene ahora a mi mente aquella gran novela de José María Gironella, primera parte de una trilogía sobre la guerra civil, titulada "Los cipreses creen en Dios". Su hambre de altura, su crecimiento siempre vertical y su habitualidad en el camposanto, así lo sugieren. Pero todos los árboles, hasta los más bajos y casi rastreros, son una loa al Creador. No quisiera omitir algunas estrofas de un poema sobre la muerte de un árbol, que me parecen particularmente oportunas: "Una mano inconsciente / ha cercenado tus ramas limpiamente / dejándote sangrar hasta la muerte".

Pero el árbol no es sólo un ser vivo, sino que está en el origen de la vida. Recuérdese que, en sus hojas, en los cloroplastos que contienen ese pigmento milagroso llamado clorofila, se produce la fotosíntesis, en virtud de la cual la energía lumínica se transforma en química, capaz de convertir el anhídrido carbónico y agua en glucosa y oxígeno. La vida en la tierra se hizo así aerobia y crecieron fácilmente las fuentes de energía en forma de ATP.
Jaén, con su agresión a los contados árboles que nos protegen, se ha convertido en lo que podríamos con propiedad designar "ciudad antibiótica". Un calificativo nada halagüeño, si se recae sobre su etimología: ciudad en contra de la vida. No hay, en mi criterio, ningún argumento que justifique el arboricidio. Árboles tan añosos como yo mismo son apeados en nombre de la modernidad. Y, además, se nos dice que habrá compensaciones. ¿Es que la administración considera estúpidos a los jienenses? Su sangre (su savia) caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos….

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