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El Loco de la salina

Las butacas del Puerta del Mar

Estoy deseando ver a algún político de esos que hablan tanto de igualdad pasar una noche él o sus familiares en esas butacas.

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Al parecer del gusto de la mayoría de los locos que inundamos este manicomio, la butaca es el mayor invento que los cielos han proporcionado al género humano. No hay duda. Ni una silla, ni un banco, ni una hamaca son capaces de darle al cuerpo esa vidilla que imprime la butaca a todo aquel que en su regazo reposa. Ni siquiera una cama, porque el que deja caer su organismo en la cama lo hace generalmente para dormir o para otras cosas que mencionar no quiero.

Sin embargo la butaca, sin hablar te reclama, siempre está más a la mano, es más casera. Uno se deja caer no para dormir, sino para descansar de los ajetreos de esta vida cruel o para ver la televisión, aunque después ves el telediario, y las cortinas de los párpados se sienten impotentes ante el palizón que les espera. Así que un fuerte aplauso para el que se le ocurrió el hallazgo de la butaca como eficaz remedio a la esforzada vida de los que huyen del mundanal ruido, aunque Hacienda los persiga sin piedad por la escondida senda.

Dicho lo cual, debo advertir que me refiero evidentemente a la butaca de toda la vida de Dios, muelle, cómoda, adaptable… De todas estas elementales cualidades carecen las inestimables butacas del Hospital Puerta del Mar. Eso lo podrían jurar los miles y miles de paisanos que las sufren en silencio noche tras noche con una paciencia benedictina. Aquello se llama butaca, porque habrá que ponerle un nombre, aunque sería una barbaridad asemejarlo al concepto que tenemos de la butaca normal. Es pesada como bloque de hormigón y, de no ser por eso, más de un acompañante de enfermo ya la hubiera tirado por la ventana si abrirla pudiera.

Comenzando su descripción de abajo a arriba, debo decir que uno no sabe si posar los pies en el suplemento inferior o cortárselos en plan Kunta Kinte para acabar de una vez con el sufrimiento. Allí donde la espalda va perdiendo su honesto nombre y el culo lo pierde definitivamente, se encuentra uno con una barra inflexible que hace las veces de potro de tortura. Se te va clavando en la cadera y no cede por mucho que uno se mueva a la izquierda o a la derecha. Como Pedro Sánchez sin ir más lejos.

La parte central que va directamente a la espalda no deja bajo ningún concepto que te acomodes lo más mínimo, lo cual redunda en beneficio del enfermo, que no atina a explicarse cómo su acompañante es tan diligente que no coge el sueño en toda la noche y permanece atento a sus quejas. Y sobre la parte en la que teóricamente debiera apoyarse la cabeza es mejor no hablar, porque hace que la tortícolis tome perpetuo asiento.

En la misma tarea está empeñado el skay celestón que cubre la cosa, aunque su función principal es asegurar el martirio y simular que estás en una auténtica butaca. Me dijo un sufridor, con cara de sueño y de cabreo, que con la mitad de lo que se ha robado y se sigue robando en este país se hubiera comprado un sofá maravilloso para cada uno de los acompañantes. No estoy de acuerdo. Creo que con la milésima parte.

Todo esto lo debe saber Sanidad, para que no le comiencen a llegar casos de desviaciones de columna, de gente contrahecha y de personal hecho polvo. Estoy deseando ver a algún político de esos que hablan tanto de igualdad pasar una noche él o sus familiares en esas butacas que Dios maldiga en su bendita misericordia.

Ellos prefieren las butacas de la casta, aunque nos obliguen a los demás a acordarnos de las castas de las butacas. Ya decía Cervantes: “Bien predica quien bien vive”.
Seguro que, si la Santa Inquisición hubiera tenido noticias de la existencia de esos artefactos del Hospital Puerta del Mar, los hubiera empleado como tortura preferente y terminal. Paciencia, señores.

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