Ahí la tienen ustedes. Se llama “Espabilá”. Pesa sobre ciento cincuenta kilos. Tiene pelo cárdeno. Mide, así como que te llega a la bragueta, más o menos. Pertenece a la famosa ganadería de Manoliqui. Nació hace un año y vive ahí al lado, bajando por la curva del Picacho, a mano derecha, en la vaguada frente a la vereda de Paradas, en el sitio llamado El Tentaero; venta taurina con excelente cocina casera especializada en carnes. No es propaganda, y sí promoción del patrimonio: Las mejores chuletas de cordero de toda España.
Espabilá es noticia en nuestro matacán porque, ahí donde la ven, ha sido máxima protagonista en Carmona durante esta última quincena; no por ganar un premio ganadero, que lo merece, sino por provocar el caos en el casco histórico. Les cuento de primera mano toda la verdad, según figurantes de la película. Porque nada tiene que envidiar nuestro argumento con aquella extraordinaria cinta cinematográfica de Luis G. Berlanga en las trincheras del frente de Aragón. Aquella simbólica vaquilla (España) ha tenido su réplica con Espabilá (Carmona).
Su nombre lo dice todo. No llega a inteligente; pero como Espabilá, ninguna. Qué arte tiene el que la bautizó así. Y dando honor a tan certero apelativo local, la muy noble decidió, una soporífera tarde de solano, dar cuenta de que existe. Pues, “Aquí estamos”, dijo la añoja y primera actriz. Así que, acompañada de “Zumbona”, vecina de corral, tomó la cuesta arriba para entrar en la ciudad bajo el arco triunfal de la Puerta de Córdoba. Como estandartes, ambas lucieron un apunte de cornamenta aún en nacimiento, pero bien puesta. Espabilá ya aprendió lo de “mejor sola que mal acompañada”, y dirigió su tranco solitario hacia las collaciones más antiguas, optando por recrearse en el cardo máximo, desde la calle Prim a la Plaza Mayor o de Arriba. Próxima a la Oficina de Turismo, a la altura de San Bartolomé, reivindicó los muy tradicionales encierros de la villa, dejando sello de nobleza al derrotar sin causar daño a una señora con carrito y bebé incluido. Fue más el susto que la intención, ya que la madre de familia recortó con el Jané, a modo de muleta, la sutil embestida. La novel diestra fue sofocada en la joyería Cintado, que hizo las veces de enfermería.
Nuestra ilustre vaquilla no quiso perderse la mejor plaza de Carmona, y fijó su ruta hacia la de Abastos, buscando la querencia de una imaginaria Maestranza convertida en templo de mercaderes. Y allí se sintió brava. Con un leve giro de testuz despejó la terraza de Cáritas. Fue de locura. Nunca mejor dicho. Jamás se vio tanto personal fuera de sí tras la barra del susodicho caritativo bar. Hubo algún destrozo; pecata minuta comparado con la que forman los aficionados al fútbol, cuando gana o pierde su equipo. De un lado a otro del coso conventual, Espabilá se espabiló del todo, inspeccionó puestos y tiendas, mirando de reojo Ancá Carmela. Por la puerta trasera, la que da a la calle Flamencos, alguien pidió la muleta colgada en la Sacrístia (bodega). Ni caso, nadie se atrevió; si llega a estar Perdigón… le da dos naturales y remata con el de pecho.
Así que, como la tierra da pocos toreros, tuvo que intervenir el servicio contra incendios. Hay serias dudas, sobre la veracidad de que nuestra vaquilla empitonó (entiéndase con el hocico) a un bombero (no confundir con bombero-torero) sin graves consecuencias, salvo un revolcón de charlotá. A esto, las farolas ofrecían refugio aéreo para numerosos espontáneos, y el bar de Alfonso se convertía en el burladero del siete. En un arrebato de pasión rumiante, un traspiés dio con Espabilá en el suelo, momento en que aprovecharon los floritos manoliqueños para solicitar el indulto y devolverla a los corrales. No necesitaron cabestros, que haberlos haylos por doquier. Dos mozos de cuadra se bastaron para meterla en el portamaletas de un coche con rumbo al Tentaero.
Las tertulias del día echaron humo. La taurina del Forum presentaba gran bullicio, ya que Espabilá hizo amago de entrar en el local para refrescarse. Todo el mundo se enteró del suceso menos la prensa oficial y municipal. Qué despiste. Y es que no tenemos remedio, “Aquí estamos”… en otro mundo, rodeados de gente espabilá. Como para un programa de Canal Sur.