Me pregunto, padre–dijo la tía Charo–, si es pecado hablar de los otros. Usted sabe, contar lo que les pasa, saber lo que sienten, estar en desacuerdo con lo que dicen, notar que es bizco el bizco y renga la renga, despeinado el pachón, y presumida la tipa que sólo habla de los millones de su marido. Saber de dónde sacó el marido los millones y con quién más se los gasta. ¿Es pecado, padre? –preguntó la tía.”
Este fragmento, está extraído del libro: “Mujeres de ojos grandes” de Ángeles Mastretta, una escritora a la que le tengo devoción. Me hace reír esta preocupación de la tía Charo por si hay pecado en el chisme. Cada hija de vecino o vecina habla del otro para pasar el tiempo, para echarle sal a la vida.Quisiera tranquilizar a la tía Charodiciéndole que al infierno sólo va el que inventa. Y que últimamente está más lleno de lo que debiera.
Maldita la frase: cuando el río suena agua lleva. La que se deja caer después de que un infundio se haya desmentido porque mancha para siempre la reputación de una persona, que ya no puede hacer nada por remediarlo. Eso ahora no sólo corre de boca en boca sino de un extremo a otro del país y del mundo a través de las redes. Es lo que se llama las fakenews.
Cómo se habría quedado la tía Charo ante estos ríos que corren desbocados. Yo no dejo de sorprenderme de los bulos que corren y de lo difícil que es distinguirlos de la realidad. Soy aficionada a oír el programa Julia en la onda, dónde tienen una sección denominada Maldito bulo. Te dan tres opciones y tienes que elegir la que es verdad. Tengo que confesar que nunca acierto, elijo el bulo.
¿Cómo podemos distinguir hoy en día la verdad de la falsa verdad? Y lo peor ¿quién quiere saberla? A mí eso me preocupa, me preocupa esa poca afición a la realidad. Un ejemplo es como ha triunfado el negacionismo en el tema del coronavirus. Niegan que estamos sufriendo una pandemia donde los muertos se cuentan por millones. A estos hay que unir los que no quieren vacunarse porque le van a poner un chip.
