Curioso Empedernido

El mandamás malaje

Érase una vez un mandamás que carecía de sentido del humor, por lo que su capacidad de razonar y amar, como el común de los mortales estaba bastante mermada. Sólo tenía una neurona, y como el que presume de lo que carece, procuraba airearla con poco don de la oportunidad, para que se viera su estigma de elegido o presumiendo como si fuese el faro de occidente.


Su talante natural era patético y distante, y cuantos más esfuerzos hacía, más falso y malaje parecía, hasta tal punto que sus asesores terminaron indicándole encarecidamente que no emprendiera la aventura de interpretar papeles cómicos, porque eran la mayor garantía que sucediera alguna desgracia o tragedia , y es que además de mala sombra, el fulano era algo gafe. Un día nuestro personaje, Esaborioski, tras un calentón de algún mentecato y malandrín, y unas inyecciones de patolactosa, imaginó ponerse el mundo por montera y decidió que debía conquistarlo , que ya estaba bien , que era el mejor de los mejores y no entendía como con ese andar pinturero y ese arte torero , el público no le tenía ninguna simpatía. Grandes sumas de dinero, invertía nuestro amigo de los fondos públicos, en oros, inciensos y mirras, organizando foros, ferias y fastos que presentaran a su persona e imagen como atractivas y agradables. Comía con diestro y siniestro, para captar y ganar la voluntad de los comunicadores, pero cuál no era su desencanto que cuánto más obsequiaba, más se le rechazaba.
En ocasiones el protagonista del mal ángel, esbozaba una media sonrisa esquinada, que lejos de producir una expresión simpática y amable, provocaba un sentimiento entre cargante y desagradable, que generaba la desconfianza de la ciudadanía. Como muchos otros individuos de similares características, su vida era una pura oferta, entre eufemismos y propaganda, en la que a todo el mundo prometía y con nadie cumplía, y no había en la urbe quien ofreciera más por menos, aunque a la hora de dar, la verdad del cuento es que era tal vez el que realizaba menos por más, ya que su sentido de la fiscalidad era recaudar, recaudar y recaudar y nunca parar, sin que el personal viera ventaja en el cambio. Todo en él era fachada, pero no importaba, el se consideraba un crack de la política, capaz de jugar sin equipo, sin ser consciente de que estar solo en este peligroso entramado, es como firmar su suicidio o su sentencia de muerte , pero era la evidencia de que la ignorancia se cura pero la estupidez no.

Era tan irresponsable que no se daba cuenta, en un ejercicio de tancredismo, de lo efímero y lo flaco de su poder, de su irrelevancia e insustancialidad, ni de la importancia que tiene lo cotidiano, el gota a gota, la voluntad, el esfuerzo, el día a día, el compromiso, la buena gente que reclama y demanda, sobre cuestiones que el había decidido en el colmo de la frivolidad e irresponsabilidad. Por mucho que entrenaba, no pronunciaba un discurso en condiciones, y mucho menos convencía ni a los más serviles, que se adherían a su coraza a ver que podían sacar , lo que le envolvía en una nube en la que era incapaz de escuchar ,y mucho menos de entender lo que otras voces le decían. Sus cavilaciones eran tan inútiles, que siempre partían y le llevaban al mismo comienzo y final, el mismo, y en su persistencia en la equivocación, no se planteaba cambiar de rumbo, lo que desesperaba a propios y extraños que le cuestionaban una y otra vez ¿No te has planteado que estarías mejor en tu trabajo y en tu casa? Continuaba instalado en su torpeza, y pensaba que los demás estaban tan equivocados en sus posiciones y estrategias, que no entendía como no le vitoreaban y le sacaban a hombros cargados de orejas y rabos por la puerta grande, o le fichaban como un galáctico por una cifra inimaginable, como si de un José Tomas o un Cristiano Ronaldo se tratara. Siempre estaba en el mercado, dispuesto a llenarse los bolsillos o hacer cualquier barbaridad, con las maletas preparadas y esa cara entre el feo y el malo, pretendiendo ser el bueno de la película, pero es que no había manera de hacerle ver que ni los suyos le querían, tal vez porque nunca había sido de ellos o quizás porque era un mandamás sin ninguna gracia ni dotes de persuasión.

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