Hoy, desde mi azotea, escarbo en las hemerotecas del flamenco y tomo nota para rescatar a una mujer excepcional, flamenca y cantaora sanluqueña. A ver quién se acuerda de esta magnífica artista que tomó su apellido materno como nombre artístico, Encarnación Marín Sallago, La Sallago. Formó parte de esa generación de grandísimos cantaores moldeados por la dureza de la vida y la necesidad y fue intérprete del más puro cante flamenco en todos sus estilos, un arte que bebió desde su niñez en una familia que llevaba muy dentro el duende del cante y del baile.
Nació en El Barrio en Sanlúcar de Barrameda el 18 de enero de 1919 en el seno de una familia pescadora a la que el cante flamenco le hizo más llevadero el duro transcurrir de aquellos difíciles años. Tanto su madre, La Matilde, como sus hermanos llevaban muy dentro un arte que les acompañaría en las labores marineras y en la venta de la pesca. Y, naturalmente, también Encarnación estuvo señalada por ese don que le habría de llevar a interpretar el flamenco en su mayor pureza.
Encarnación Marín heredó la pasión por el flamenco de su abuela La Gongue, de quien se recuerda que cantaba por marianas y hacía los pregones de Dolores La Parrala para vender pescado. También su tía Consuelo y su madre, cuya voz decían que era muy parecida a la de la Niña de los Peines, influirían con su gran saber flamenco en el espíritu artístico de Encarnación. Pero, a pesar de que su familia llegó a albergar tan excepcional nómina de buenas cantaoras, Encarnación sería la primera de ellas en dedicarse al cante de forma profesional, una decisión que habría de tomar ante la difícil situación económica a la que hubo de enfrentarse, muy especialmente a partir de su pronta viudez.
La Sallago, quien con apenas doce años se había enamorado del toque de guitarra de su vecino Esteban de Sanlúcar cuya carrera artística habría de transcurrir con brillantez en tierras americanas, canta y baila en las bodas y los bautizos de su barrio. Muy joven se inicia como saetera para, con el tiempo, llegar a desenvolverse en todos los estilos. Encarnación Marín pasa de Sanlúcar a Jerez antes de empezar a recorrer toda España para compartir escenario con artistas de la categoría de La Paquera, Manolo Caracol, Fernanda y Bernarda de Utrera, la Niña de los Peines o el Príncipe Gitano, espectáculos folclóricos de los años cincuenta y sesenta. De esa etapa sobresale su participación en el elenco Bajo el sol andaluz y en los cuadros flamencos de los tablaos de Torres Bermejas, Las Brujas o Los Canasteros, así como su intervención en la película El amor brujo.
Conocedora de todos los cantes, La Sallago cultivó con especial acierto los cantes de su tierra. En 1952 participa en el Concurso Nacional de Cantes por Alegrías, en Cádiz, conservándose una grabación de su magistral participación en aquel certamen cuyo vencedor fue el gran cantaor gaditano Manolo Vargas. Y en 1958 graba sus primeros discos con el sello RCA. Son tres discos de cantes por bulerías, peteneras, fandangos, serranas, alegrías de Cádiz…, y otro más de villancicos, siendo acompañada a la guitarra en todos ellos por Isidro Sanlúcar.
A esos discos le seguirían cinco nuevas grabaciones con la misma firma, la última de ellas aparecida en 1978 con el título Inspiración. En estos discos la sanluqueña interpreta diversos cantes acompañada a la guitarra por Ramón de Algeciras, Antonio Peana, Manuel Morao y José Cala El Poeta. En 1995 la Diputación Provincial de Cádiz edita el disco La Sallago: Antología, una colección de fragmentos musicales de esta mujer que tuvo como maestros a Ramón Medrano, Manuel Torres, La Periñaca, Pastora y Pepe Pinto, Pericón de Cádiz, La Perla y Manolo Vargas, Manolo Caracol, Porrinas, Antonio Mairena y Fernanda, entre otros grandes.
En 1981 Encarnación Marín es galardonada en Sevilla con la Saeta de Oro, premio que avalaba a la artista sanluqueña como la saetera extraordinaria que fue durante toda su vida, si bien algunos flamencólogos de prestigio, entre ellos Manuel Ruiz Lagos, calificarían a La Sallago como una “cantaora larga". Uno de los tocaores habituales que acompañaron a La Sallago a lo largo de su vida artística fue su paisano y vecino de barrio Isidro Sanlúcar, padre de Manolo Sanlúcar. Con Isidro participaría en Los últimos de la fiesta, un espectáculo con el que un grupo de veteranos del flamenco -Tía Anica La Piriñaca, El Negro del Puerto, Tío Juane y Tía Juana la del Pipa- recorrieron en 1985 los festivales de todas las provincias andaluzas.
Entre las últimas actuaciones de Encarnación Marín en grandes escenarios fueron memorables su participación en la III Cumbre Flamenca de Madrid, celebrada en el Teatro Alcalá Palace en 1987, y en Venerables, un espectáculo que reunió a dieciséis glorias del flamenco, entre ellas Fernanda y Bernarda de Utrera, La Niña de la Puebla, Chano Lobato y Luisa Torrán, que se representó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla dentro del marco de la Bienal de Flamenco de 1994.
La Sallago volvió a la Bienal de Flamenco de Sevilla el 14 de septiembre de 2012. En esta ocasión actuaría en el Espacio Santa Clara junto a la también sanluqueña María Mezcle, reuniéndose dos cantaoras con una diferencia de edad de casi setenta años para representar el cante de Sanlúcar en el último siglo.
La última actuación de Encarnación ante sus paisanos tuvo lugar en agosto de 2014 con motivo del homenaje que se le tributó dentro del programa del Festival Internacional de Música Clásica A Orillas del Guadalquivir. Pocos meses más tarde, el 16 de enero de 2015, Encarnación Marín La Sallago fallecía en Sanlúcar muy pocos días antes de cumplir los 96 años.