El Noray. No, espera, Las cuatro Mari. Que va, es El Piloto. Lo siento, lo dejo por imposible. En esta asignatura asumo que tendré un Muy Deficiente (como se valoraba antes, no la tontería de Progresa Adecuadamente) a perpetuidad. Como mucho, llegué a reconocer un par de barcos y porque eran muy distintos al resto de la flota. Una nimiedad en comparación con los auténticos catedráticos en la materia. Creo que conocían hasta el ruido de los motores. Pero da igual, el caso es que es viernes y los marineros regresan a casa para disfrutar de su más que merecido fin de semana de descanso.
El sábado ya amanece de forma distinta, ya que en el aire flota un cierto tufillo de felicidad. Y es que las familias son felices porque sus padres, maridos o hermanos han regresado a casa y los marinos lo son aún más por el hecho de ver a sus familiares y poder dormir en una cama de verdad en vez de hacerlo en un minúsculo habitáculo insalubre.
En los bares, las mesas eran ocupadas desde primera hora por los encargados de las cuentas de cada embarcación. No era, ni mucho menos, una tarea fácil, ya que había que repartir las ganancias equitativamente, por supuesto, pero añadiendo además la parte proporcional que cada tripulante se llevaba por su labor durante el trabajo. Boteros, luceros, cocineros, llamaores o los que se desempeñaban en la bancá para colocar el pescado en las cajas. Todos tenían otro pequeño porcentaje (media parte, un cuartón, etc.) que complementaba su salario correspondiente.
Me encantaba ir con mi hermano a las partijas. Me sentía como uno más de la tripulación, aunque mi experiencia marinera se reducía al trayecto, dentro del mismo puerto, hasta la fábrica de nieve. Todos me conocían de sobra y me unía sin dudar a las bromas y las risas que predominaban por toda la localidad. Además, también me llevaba mi parte, ya que no era difícil acabar la reunión con 400 o 500 pesetas en el bolsillo.
Evidentemente, no todos habían corrido la misma suerte en cuanto a la pesca, pero el dinero ganado fluía por todos los establecimientos de Barbate, aunque los bares se llevaban la palma porque, ese fin de semana, el consumo de bebida y comida se incrementaría notablemente.
El domingo aún continuaba la fiesta, aunque ya con mucha menos intensidad. Hasta que unas viejas motocicletas recorrían las calles de madrugada para dar lugar a unas voces que rompían el silencio de la noche para que los guerreros del mar abandonasen su confortable vivienda para volver a encerrarse en una cáscara de nuez durante otros cuatro o cinco días interminables.
Y así, semana a semana y partija a partija, se ha ido forjando durante años la historia de un pueblo que nunca estará lo suficientemente agradecido a la labor de un personaje fundamental para su evolución: el marinero.