Las dos habitantes más longevas de Barbate son hermanas y viven juntas, aunque no revueltas. Cada una tiene su particular estilo, pero eso no quiere decir que sean muy distintas, ya que ambas tienen la misma finalidad.
El puerto bebe los vientos por las dos, pero, harto de recibir calabazas de una y otra, se las apañó para poner tierra (y rocas) de por medio para intentar acabar con el sufrimiento que suponía ser testigo del romance de sus amadas con dos vecinos. Ese desengaño y la cada vez más acusada falta de barcos en sus muelles, hace que en el recinto portuario flote siempre una sensación de añoranza mezclada con tristeza. Son las cosas de la vida, son las cosas del querer. Y es que las dos hermanas son muy seductoras, cada una a su manera, lo que propició que nunca le faltasen pretendientes.
Carmen es más coqueta y lo demuestra año tras año al someterse sin remilgos a novedosos adornos como hamacas, duchas y demás inventos que le reportan premios en forma de banderas azules que se coloca para acentuar su belleza y madurez. Se la conoce como la playa, a secas, y es la elegida todos los años para que la Patrona pasee por sus aguas, bueno, más bien por los límites que guarda con el todopoderoso Océano Atlántico. Hace tiempo, incluso guardaba en su arena mojá pequeñas almejas que ofrecía a la gente, pero ya apenas se pueden ver. La pena de Carmen es que tiene un estrecho contacto con lo que debería ser una depuradora que estropea las aguas de la playa, privándola de la higiene y el perfume a mar que deberían sus señas de identidad.
A pesar de este nauseabundo inconveniente, Carmen tiene novio, el río Barbate, con el que se funde en un interminable beso que confirma que su relación está cada vez más consolidada.
Yerbabuena, por su parte, aun teniendo ese nombre tan bonito, fue durante mucho tiempo más conocida como “El chorro”, pero al final, parece que se ha impuesto la cordura y ya se usa mayoritariamente su nomenclatura original.
A diferencia de su hermana, Yerbabuena prefiere mostrarse al mundo sin maquillajes ni abalorios, totalmente al natural, porque ella lo vale. Jamás se sintió desplazada por su hermana, sobre todo, porque todavía recuerda con cariño como esta la miraba con cierta envidia durante la celebración de la sardinada. En esta fiesta, Carmen lidiaba con miles de personas que la invadían mientras que la gente del pueblo prefería pasar día y noche entre risas y jolgorio en las arenas de su hermana, que le arrebataba el protagonismo. Yerbabuena tenía dos zonas de rocas, conocidas como corrales, donde se podía practicar el hermoso arte del marisqueo. También tiene pareja, ya que, desde hace siglos, mantiene una bonita relación con el apuesto acantilado de la Breña.
Carmen, Yerbabuena, el río, el puerto, el acantilado, la torre que lo corona y la Breña forman el patrimonio de Barbate, uno de los tesoros naturales más preciosos del mundo. Pero solo a unos pocos privilegiados se nos permitió nacer en este rincón.