Antes de ayer celebrábamos el XXV Aniversario de la erección canónica de mi Hermandad del Resucitado. Siendo fieles a la realidad y al calendario, la historia comenzó muchísimo antes, cuando muchos de los jóvenes que hoy están dirigiendo nuestra corporación habían recién nacido o aún estaban en el pensamiento de Dios.
Puede que algunas fechas sean erróneas, pero la cosa fue más o menos así: un grupo de alumnos de catorce o quince años, de bachillerato del colegio San Luis Gonzaga, nos reuníamos asiduamente en el colegio con nuestro queridísimo y admirado Antonio Díaz Vaca, el Vaca. Antonio era el alma máter del colegio, el secretario, mantenedor, portero, jardinero, albañil… lo que se le pidiera. No miento si afirmo que pasábamos más horas en el colegio que en casa, incluso los fines de semana. Nuestros padres estaban tranquilos porque el ambiente era extraordinario y porque los jesuitas (Ruíz Vázquez, Leonardo, Conde, Marrero, Moore, Doreste, Baena, Rodrigo, Sebastián…) y el resto del personal del colegio (Cepero, Lali, Carmencita, Eduardo…) también nos acompañaban en la mayoría de las ocasiones. Y ahí comenzamos a vivir nuestra fe de verdad, aprendiendo desde el respeto y la tolerancia el mensaje de Jesús. El Resucitado todavía estaba muy lejos.
En ese grupo del cole había algunos capillitas y, apoyados por Vaca, comenzamos a trabajar en una “Futura Hermandad de la Sentencia” que tuviera su sede en la parroquia de San Francisco. Aprovechando que había tres imágenes en el templo (Jesús de la Sentencia, María Santísima de la Redención -hoy de los Dolores- y San Juan Evangelista) nos pusimos a jugar a los pasitos. Vaca vestía las imágenes, montaba los altares y, siempre en segundo plano porque no le gustaba el protagonismo, nos animaba a perseverar en el culto a Jesús. Besamanos con la excelente talla de la Redención, Vía Crucis por las calles aledañas a la parroquia y eucaristías participadas con nuestras familias y amigos. Rafael Morro en la tele, Manolo Borne en la radio, y Francis Gallardo, Emilio Cañas, Antonio Bueno, José Aboy y Soledad Duro en la prensa, nos daban cierta cancha. Pero aquello se truncó. A pesar de las reuniones en los salones parroquiales con decenas de chicos y chicas, el Obispado y el párroco decidieron cortar aquel proyecto. La noticia se nos dio después de un Vía Crucis un Viernes Santo. Habíamos topado con la Iglesia.
Pasaron meses y meses y meses, nos fuimos a estudiar nuestras carreras, pero, siempre vinculados a los jesuitas, recuerdo que Adolfo Ortega (muy amigo de mis padres por la Hermandad del Olivo), Presidente del Consejo de Hermandades, me paró en el patio del colegio al finalizar una función de teatro que se representaba allí. Días antes habíamos tenido una reunión en la sacristía de la parroquia en la que nos propuso hacernos cargo de la procesión del Resucitado (sin ánimo de ofender, pero la procesión del Resucitado era de cumplimiento. Cada año portaba los pasos una hermandad distinta, las flores eran prestadas y la música cofrade apareció pocas veces. Habitualmente iban las comunidades cantando detrás del paso). Al principio, no nos gustó la cosa. Éramos “demasiado capillitas” para sacar una procesión sin nazarenos, sin música, por la mañana… Se debatió entre tertulias interminables en casa de Vaca, con tortillas nazarenas de la madre de José Manuel y platos que llevábamos unos y otros, incluidos los de mi tío Juan.
Pero estábamos en el patio del colegio con Adolfo Ortega. Me dijo que Don Manuel Sánchez Mallou había dicho que sí, y que tendríamos una reunión en breve. Nos citamos para otro encuentro y apareció con algunos de los chavales de la Cruz de Mayo de Las Cadenas. No puedo olvidar que ese día conocí a nuestro querido Miguelito, con el que uní mi vida desde el primer momento. A los pocos días estábamos en la Capilla de San Pedro de la Prioral con más miedo que vergüenza, delante de Don Manuel. Y lo demás, veintinueve años de vivencias con alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, y juventud, mucha juventud en torno a Jesús Resucitado. Y todo empezó por forjarnos como cofrades con un capataz inolvidable, mi querido Antonio Díaz Vaca, el Vaca.