Ha transcurrido un año del Estado de Alarma por el COVID19 y la batalla contra el virus continúa. La diferencia es que ahora hay esperanza. De la incredulidad y el desconcierto se pasó al miedo y, al año, se va acercando la confianza en los remedios que procura la vacuna, aunque tarden. Y en los países pobres más. Se empezó sin mascarillas, sin guantes, sin material quirúrgico, sin conocimiento del comportamiento del virus y ahora se tiene asegurado el abastecimiento aunque al agotamiento de los que que han estado al frente de esta lucha es incontrovertible. Se precisan más médicos, enfermeros y auxiliares, mejor pagados y con más medios. La sanidad pública se ha convertido en un sólido pilar de nuestra seguridad y nuestra democracia. En medio, muchos miles de muertos, ensañándose el virus especialmente en las residencias de mayores.
La ciudadanía dio la talla. Con unidad, con sacrificio, con aplausos a los héroes de la sanidad y a la entrega de los que atendían los servicios esenciales, con los educadores empeñados en la enseñanza, con los ERTEs como sistema de conservación parcial del empleo, con los autores musicales animando desde las redes con el idolatrado “Resistiré”. La solidaridad brotaba de los corazones de muchísima gente. Bien es verdad que algunos desaprensivos lo aprovecharon para distanciar de los ciudadanos exageradamente los bancos, los centros de salud y las administraciones públicas.
La política estuvo tan desbordada como los ciudadanos en los primeros compases de la pandemia. Los fallos y los mensajes contradictorios de los que debían orientar las campañas antivirus lo demostraron. Se impuso la necesidad de recortar libertades individuales. El escenario era insólito para los ciudadanos. En democracia liberales como las occidentales no se puede combatir la crisis de la misma forma que en los regímenes dictatoriales, como China, donde el control sobre la intimidad y la movilidad de las personas ni se discute. Tampoco el individualismo occidental es equivalente al sentido comunitario oriental. La unión contra el virus duró poco. Se vio por la oposición como una oportunidad, reiteradamente fallida, para derrocar a un gobierno que consideró ilegítimo desde que resultó elegido. Ello ha significado un lastre que dio alas a los negacionistas. Ahora, la cogobernanza de las autonomías hace que el combate sea compartido y sólo los irresponsables hacen la guerra por su cuenta. ¡Salud!