El tiempo en: Rota
Publicidad Ai

España

Sólo quince

Publicidad Ai
Publicidad Ai
Los intelectuales de la nación han hecho un manifiesto, una declaración de criterio ante el pueblo y las autoridades.

¿Qué era eso tan importante que tenían que decirnos?
¡Que apoyan a Garzón! ¿Y en qué lo apoyan? Sencillo: en la mamandurria de la famosa memoria histórica, ese fiasco que inventó nuestro ilustre presidente para revivir tiempos pasados (que más le valía haberlos olvidado, ya que lo olvidaron las verdaderas víctimas de esa historia), para salvar la memoria de su igualmente ilustre abuelo y, de paso, de todos aquellos forajidos que aprehendían a personas honradas, las metían en aquellas famosas checas, las paseaban en Paracuellos o en la Casa de Campo o en la Cuesta de Claudio Moyano, o en cualquier cuneta de cualquier camino oscuro (paseos de los que jamás volvían porque acababan con el tiro al blanco, fusil al hombro de los desarrapados, vestidos de mono, como si hubiesen trabajado algún día en sus vidas y con el sencillo tiro de gracia para los que no habían acabado de morir); y que, una vez muertos, acudían a las casas de las víctimas para desvalijarlas; que fueron contestados con un alzamiento que era inevitable porque, como decía mi querido amigo Ricardo de la Cierva, la mitad de España no se resignaba a morir de esas maneras.

¿Qué busca el señor Garzón? ¿Qué pretende? ¿Desenterrar cadáveres? ¿Todos los cadáveres? Diríamos, atentos tan sólo a las apariencias, que en efecto, pretende desenterrar, remover de sus tumbas: pero sólo a los que él quiere resucitar, las víctimas de una represión que bastante cuidado tuvo de no castigar más que a los que habían sido protagonistas de esas purgas que intentaban acabar con sectores íntegros de la sociedad (esto dicho así, con las mismas palabras, por los que encabezaban aquella maldita nómina de criminales) y pasados todos, previamente, por un juicio, por el criterio de sus compañeros (¡esos sí habrán temblado en sus féretros ante el comportamiento de este su compañero!). ¿Es posible que sea tan imbécil que no sepa que todos aquellos están perfectamente controlados, que después de ser ejecutados, sus cuerpos yacen en lugares muy concretos que figuran en los autos de cada uno de esos juicios? Muchos, incluso, los encontrará en el Valle de los Caídos, ese enorme y singular monumento basado en el símbolo de la cristiandad y representación indiscutible de la verdadera reconciliación de la posguerra, que acogió en su suelo a todos los caídos, de un lado y de otro. Todavía no entendemos la mayor parte del país, cómo pudo tener la curiosa ocurrencia de meterse en tal zarandaja; aunque, si hemos de juzgar por su ejecutoria, se metió en ella por las mismas razones por las que se ha metido hasta enterrarse en tantas otras: por ganar puntos en la política y conseguir lo que le ha sido siempre negado, un ministerio que al parecer jamás ha de conseguir.

Pues bien: voy a lo más curioso de este trance exótico… han sido quince los intelectuales que han formado tan importante manifiesto. ¿No es cierto que usted y yo y cualquier persona que tenga la cabeza para algo más que para llevar el sombrero o la boina propia del carpetovetónico –¡más quisieran ellos que parecerse de lejos a ese espécimen al que tanto debemos!– habría renunciado a la aventura al constatar que iba a ser sellada tan sólo por quince personas? Son los paladines de la progresía, los que se creen la llave del arte en España, los que se adueñan de la intelectualidad que desconocen… ¿Sólo quince? ¡Qué lástima, qué pena, qué desencanto! Son quince tullidos mentales que viven ajenos a la realidad, que ni son artistas, ni son literatos, ni son científicos… Sólo son agentes del gobierno que viven de sus migajas, que piden pan como los pajarillos en el nido lo piden, piando como locos, a las pájaras madres y que reciben unas lamentables subvenciones de la pájara gubernamental por las que quedan esclavos de sus imbecilidades diarias, sacrificando cualquier atisbo de la libertad por la que dicen haber luchado y se consideran héroes. Que sepan que no es regalo del gobierno, aunque sea quien se lo asigna; es de todos los españoles, a los que deberían quedar obligados en lugar de fustigarlos.

¡Qué panorama tan desolador! ¿Es que no hay ya más que quince intelectuales en España? ¿O es que la intelectualidad, como el pueblo en general, vive a espaldas de tanto memo haciendo el primo? Por suerte, os puedo asegurar que hay muchos más, incontables más intelectuales de verdad que se han ido a casa, que han querido ocultar su vergüenza y su hastío a espaldas de este puñadito de necios.

Y así es la verdad: la una, que ha abandonado sus labores intelectuales y ha dedicado su vida a combatir al PP (¡pobre señora!: el PP no es nada combatible porque no es nada que exista más que en la ficción de la política moderna); otro, dedicado en cuerpo y alma (si es que la tiene, claro) a atacar a Esperanza Aguirre… ¡Pandilla de desalmados vividores que habéis elegido el plato de lentejas de la subvención interesada, despreciando la tarea callada y profunda, la primogenitura de una labor sosegada en la intimidad de vuestro intelecto! ¿Qué vais a decir ante el Santo Tribunal de Dios, cuando se os pidan cuentas de vuestros actos?
Nota: Allí no hay subvenciones ni se le permite a nadie que se venda.
Más nota: ¡No sabéis lo que me alegro de que sólo seáis quince y ni uno más!

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN