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La balada de la Navidad

Se extravía el número de comentarios, columnas y artículos sobre la publicidad de la lotería nacional de este año.

Se extravía el número de comentarios, columnas y artículos sobre la publicidad de la lotería nacional de este año. Desde primeros de octubre la radio y la televisión andan arañando los oídos con esta música, antaño adorable y que por los efectos de la repetición está resultando impertinente, como el llanto quejumbroso y sin lágrimas de los niños pequeños, el que sufren cuando les sale un nuevo diente o les duele un oído. Pues entre tanto material, que da para elegir como queda anotado al principio, no hemos visto referencia alguna a la voz que llevó esta hermosa canción al éxito, cuya letra nada tiene que ver con ésta, como es lógico, pues induce a la compra del décimo. El pobre Elvis Presley estará revolviéndose donde quiera que esté por semejante desatino, por semejante barbaridad. Quizás parezca un tanto exagerado pero seamos críticos y analicemos. No trataremos de descubrir nuevamente esta balada, un tema muy versionado, un tema que hacía crecer al cantante, que lo motivaba a esmerarse, a entregarse plenamente pero ninguno lo interpretó como el Rey del Rock. Cuando lo cantaba –porque tuvo que hacerlo hasta el final de sus días, al igual que el Rock de la Cárcel- su voz única,  cambiante y sentimental atenuaba incluso el brillo de las lentejuelas de su chaqueta. Es un tema que habla de arrepentimiento por haber dedicado poco tiempo a su amor, al que nunca olvidó, al que tuvo siempre presente. Un tema que propició el arrobamiento, que fomentó el acercamiento y los primeros bailes emparejados en los guateques, un tema que se convirtió en un clásico, como “singing in the rain” de Gene Kelly, “Blue Moon” de Mel Tormé o el bolero “Reloj” de Los Panchos. En este momento tenemos sólo la música y los más jóvenes que la hayan oído por primera vez la recordarán como la balada de la Navidad. O la de los espantos, como se ha oído por ahí. Con todo respeto, el ingenio ha ideado semejante identificación debido al logrado efecto de la luz de las velas, que dan ese aspecto ceroso y cadavérico a las caras cantarinas. Cuando aparece la de Marta Sánchez cuesta trabajo creer que pueda abrir y cerrar la boca con semejante capa de engrudo en cada cachete. Con la de Montserrat Caballé se han cebado a base de bien, para qué vamos a repetirnos, siendo la de Rafael la más espeluznante según el vulgo, porquese añade ese toque acartonado que apreciamos en él desde hace unos años y que recuerda a un ninot valenciano. Él se reirá, como hizo cuando el fenómeno Aquarius en Radio Colifata. Reiterando el respeto, los que se salvan de la quema son Bustamante, que a pesar del tiempo sigue estando dentro de una postal antigua, y nuestra Niña Pastori, interpretando su papel pero sin exagerar, de forma natural. Y aunque la letra se haya creado para la ocasión, el conjunto de las voces resulta muy entrañable, sin embargo un año más echamos de menos al actor que enlutado y rapado nos ilusionaba con el maravilloso e inolvidable vals que Maurice Jarre escribió para la película Doctor Zhivago, vals destinado a ser el tema central y que luego quedó como fondo del primer baile de Lara, una puesta de largo en grado sumo. Vals que, emulando a Elvis Prelsley, siempre estará en nuestra mente –it’ll be always on our mind. Dejando la anécdota a un lado, el anuncio resulta muy visual –como todos- y una conjugación casi perfecta entre el pasado -la canción- y el presente –los intérpretes. Un guiño a la tradición –el árbol- y a la primera luz para alumbrar la noche –las velas.
 

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