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Hablillas

El rebuzno

Es la pregunta que en silencio se hace el ciudadano, intentando buscar la respuesta que, por ahora, se esconde.

Hace unos días se publicó una viñeta en la que un asno le decía a otro “rebuzna alto y fuerte o no serás nadie en la política”. Es ocurrente, graciosa y con tantas lecturas como ojos la habrán leído. Las bocas se habrán estirado dejando escapar una carcajada tras un soplo de aire cargado de hilaridad recordando el chiste de igual contenido, de igual conclusión pero con distintos animales, fabuladores, en suma, de la actualidad.

El rebuzno, sonido ronco, monocorde, entrecortado y sucesivo emitido por el asno se suele identificar con lo bruto e ignorante, olvidando la cualidad principal de este animal, su nobleza. Claro que ésta no viene al caso en estos tiempos, porque vivimos entre crónicas, la negra y la política y no parece que haya nada más. El panorama es desalentador y el futuro mucho más, pues las conjeturas no llevan a la conclusión, sino a la división. Cada día que nace trae algo que distancia, que separa aún más a los dirigentes y a sus ideales de gobierno del ciudadano, creando situaciones donde reina el descrédito y, en consecuencia, el desamparo. El diálogo se torna imposición, por lo que el consenso o la conciliación se extravían ante el asombro de propios y extraños. 

Y ahora qué va a pasar. Es la pregunta que en silencio se hace el ciudadano, intentando buscar la respuesta que, por ahora, se esconde. Inevitablemente busca culpables, gente paradójica cuyos nombres repiten los noticiarios y boletines radiados. Con su voto muchos ciudadanos pusieron en ellos sus esperanzas, otros decidieron pasar en familia aquel domingo cálido de diciembre, pensando en la Navidad que llegaba. Desde entonces los días pasan sin que nada pase, pasando –ocurriendo- de todo, como dijo el poeta.

La sociedad está dividida porque los dirigentes están agrupados. Mientras tanto el ciudadano espera, a ver qué rumbo toma hacia el destino incierto que le aguarda. Nada hay que le haga concluir, ni un rastro que seguir, ni una luz que le oriente. Ha llegado a pensar que forma parte de una maraña seca que crece según la hace rodar el viento, que se encuentra con otras marañas de distinto tamaño pero no llegan a rozarse, como las de las películas del antiguo oeste, las que corrían por los pueblos deshabitados.

Entonces el ciudadano recuerda que vive en una sociedad deshabitada de jóvenes talentos, de jóvenes sobradamente preparados que alimentan las ganas si no de volver sí de poder hacerlo de vez en cuando, aunque se vaya apagando la ilusión por lo que ven y oyen, que no son rebuznos, sino componendas, frases, charlas políticamente acertadas que desorientan cuanto más se repiten.

Y el ciudadano se siente intoxicado, enfermo de desaliento, sin posibilidad de mejora. Entonces cree que el símil es injusto, que el concepto está equivocado, que el rebuzno del asno nada tiene que ver con la posibilidad o la certeza de la emisión de un sonido para abarcar y sobresalir, sino que bien podría ser una definición más que conformaría la nobleza. Y como le da miedo, el ciudadano piensa en el milagro, el consuelo de los débiles, dicen. Y espera.

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