Son los que cumple la Feria del Libro de Madrid. Como casi todos los acontecimientos culturales, empezó de puntillas, con la publicidad de entonces que ya era bastante y su ubicación, junto al muro de la Casa de Fieras, cuando aún la tierra no había sido tapada por el asfalto y los chaparrones convertían el suelo en un lodazal. Ahora el Paseo de Carruajes es un mar de cabezas en movimiento, un camino gris pateado por los miles de pies que lo recorren con la lentitud y la tranquilidad de una jornada de asueto. Por unas horas el mundo se divide en otros, los que se hacen de letras, los que surgen de las palabras, los que viven en un libro desde se abre y hasta mucho después de cerrarse.
La lectura forma parte de nosotros. Cuando le preguntamos a un niño, éste no recuerda el tiempo en que no sabía leer porque los cuentos orales, luego los tebeos y casi al mismo tiempo la comprensión lectora fueron motivaciones para su iniciación a la lectura que luego el interés transformaría en hábito, costumbre o devoción, los pilares en que se basa el amor por los libros. Más o menos es lo que representa el cartel de la Feria del Libro de Madrid, tres cuartos de siglo viviendo por y para la lectura, tres cuartos de siglo ofreciendo cultura.
Otro aspecto de este encuentro es ver al autor firmando ejemplares. Esa ha sido la ilusión de quienes hemos viajado hasta allí en alguna ocasión para pasmarnos con las largas colas ante los stands de autores los consagrados, los premiados o los mediáticos, ver la cara sonriente de Ibáñez mientras traza un Mortadelo único e irrepetible en la hoja de respeto del asombrado e incondicional admirador o cruzarnos con algún actor.
Estas cosas son las que nos traemos de vuelta a casa, las que recordamos sin comparar cuando se inaugura la Feria del Libro de La Isla, la nuestra. Cierto que ha ido menguando pero ahí sigue, remontando un poco más que el año anterior con mucha voluntad. Este año cambia su ubicación y el programa está repleto de actos y talleres. Esperemos que el público responda pero los primeros que deberían hacerlo serían los propios escritores, aunque la presencia de algunos esté asegurada al formar parte de las actividades programadas.
Aun así, la feria necesita de su apoyo. Gusta verlos curioseando por los stands, charlando con los más jóvenes o sentados entre el público que se reúne bajo la carpa para participar de un acto. En cuanto al logotipo que ilustra la portada de los programas está muy logrado, sobre todo el concepto de inmortalidad de Cervantes en la figura del Quijote. La silueta de la cabeza tocada con el yelmo de Mambrino llena su espacio interior con los caracteres de una máquina de escribir, símbolo de la evolución de la escritura. Silueta que se estampa como marca de agua en las páginas del tríptico y que se alterna con la del molino, tan inseparable como evocador por el daño padecido por el caballero.
Dentro de una semana comentaremos el final, haremos balance, cambiaremos impresiones pero, seguro, no terminaremos como la de Madrid, que ha cambiado el aburrimiento de la firma de ejemplares, dicen, por beber con los autores. A lo mejor quieren celebrar así los tres cuartos de siglo cumplidos. Fiesta de cierre, la llaman, aunque cada uno eche el cierre a su manera.