Pensará, amigo lector, que una foto se ve, se mira si se quiere profundizar un poco más en el concepto, sin embargo son los ojos que la contemplan los que interpretan primero y descubren después el mensaje que esconde. Al igual que un texto o un cuadro, una fotografía cuenta más de lo que interpretamos a primera vista, en ese primer encuentro, decisivo para seguir con ella o pasarla sin más. Generalizando, la imagen capta la atención con más rapidez e Internet nos sirve de ejemplo.
Cuando se despliega la página del navegador hay veces que aparecen figuras que, a modo de caricaturas o dibujos animados recrean y recuerdan una efeméride. De inmediato la búsqueda se detiene para satisfacer la curiosidad. Es el fin con que justificamos el clic para abrir y cerrar ese paréntesis. Luego todo sigue su curso.
Retomamos el trabajo y al cabo de un rato de tecleo estamos ante la pagina elegida entre millones, en cuyos márgenes se alternan los anuncios que con letras bailonas ofrecen préstamos a devolver con mínimo interés, viviendas a precios de risa o gangas irresistibles. También encontramos portadas de novelas que desde la quietud nos seducen a colocar el cursor para saber más y plantearnos su compra.
Dicen los que entienden que son pequeños hackers publicitarios destinados a esto, a distraer momentáneamente la atención hasta que el usuario cae rendido ante la insistencia, más o menos. En cualquier caso, con motivo de la Feria del Libro de Madrid y a pesar de los días que han pasado, casi un mes, aún sigue apareciendo la portada de uno perdido durante muchos años y recién rescatado.
Se trata del último que Elena Fortún escribió sobre la entrañable Celia, en el que nos la encontramos adulta, exiliada en Argentina, trabajando como Institutriz y a punto de casarse. Todo esto nos cuenta el tecleo suave y monocorde que a modo de aldabón llama a la información. Al lector de esta imagen le toca decidir si compra o no y mientras lo hace los ojos se vuelven hacia el otro lado de la pantalla. Fuera del margen aparecen los titulares de un periódico pero hay uno que carece de letras, que grita con desgarro, un titular sin mayúsculas ni signos de exclamación.
Se trata de una fotografía que recoge el instante en que un grupo de jóvenes ultras rusos se disponen a tirar botellas de cerveza vacías, a estrellarlas contra quienes se encuentran frente a ellos, justo donde está el fotógrafo junto a los turistas españoles que resultaron gravemente heridos tras un partido de fútbol. Al margen de los datos que hemos sabido después, sorprenden las caras de los situados en primera línea, llenas de rabia, rendidos ellos a la euforia etílica que los domina a juzgar por los vidrios verdosos esparcidos por el suelo, pero sorprende aún más el grupo más alejado, confinado al fondo de la imagen, chicos sonrientes, gozando del momento, inmortalizándolo con el móvil.
La fotografía que motiva la hablilla espanta y preocupa porque retrata además lo que no se ve, el miedo y la impotencia que, como la sangre, se esparce y tiñe la piel de los heridos. La información nos documenta, se nos asienta como las capas de un hojaldre que sostienen el mensaje descubierto, tan parecido en este caso y complementario como los miles de ojos que leen aún la fotografía. Concluye bien, amigo lector. Hoy usted pone el punto final.