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Hablillas

El batacazo del verano

Tanto remake induce a pensar en una crisis creativa en la industria del cine que se pretende disimular con la proliferación de las series.

Estrenamos el verano dulce de septiembre, deseado por la serenidad que evoca y que tanta falta hace por los azotes de nuestro viento particular. Estamos un poco hartos de este levante desatado que nos ha tomado tanta querencia este año conmemorativo, quizás para recordarnos que él también forma parte de la historia de esta Villa de la Real Isla de León. Ansiamos, por tanto, que se tranquilice y nos regale sus caricias en forma de soplos tan breves y continuos como los besos que nos daban nuestras abuelas, apasionados, sinceros, naturales. Ellas, a veces nos acompañaban al cine de verano cargadas de caramelos, ineludible golosina seductora de silencios.

Y es que en verano el cine se disfruta de otra forma aunque la sala sea la misma que frecuentamos el resto de año. La razón puede deberse al período que vivimos, la alteración de la rutina, el cambio por otra que nos aleja un poco del reloj y del sueño. Los meses y el calor se refrescan con la playa, los paseos y las películas cuyos estrenos se anuncian machaconamente. Este año ha habido una pugna entrañable entre Zipi y Zape y Ben-Hur, tan esperadas como temidas.

En cuanto a la primera, ocurrió lo mismo que con Mortadelo y Filemón. Un raro miedo se apoderó del espectador que fue lector de sus aventuras. El celuloide no consiguió el prodigio de hacer olvidar la viñeta porque en la sala vimos otra cosa, bien hecha y trabajada, pero echando de menos el papel, los trazos sinuosos de los movimientos de Mortadelo dentro de sus disfraces, las admiraciones sobre la cabeza de Filemón alternándose con las bombas y los disparos definiendo su estado de nervios.

Más o menos eso pasó con Zipi y Zape y El Club de la Canica, muy en la línea de Casper pero sin fantasma, una cinta estupenda, con los niños en su papel, dándole todo a los personajes pero añorando el aleteo de los faldones del frac de Don Pantuflo Zapatilla y el moñete que coronaba la melena cardada de Doña Jaimita Llobregat. Recelosos postergamos la sesión para otro momento, por no admitir nuestra inquietud a la nueva entrega, a verlos en La Isla del Capitán, porque no imaginamos a estos gemelos de carne y hueso.

Quizás este sea el error, no saber cómo separar ambas versiones. Quizás aquí nace también el temor a comprar la entrada para Ben-Hur. La cinta, según la crítica tras su estreno en Estados Unidos huele a catástrofe, lo que aviva el recuerdo de la de William Wyller estrenada hace cincuenta y siete años. Cómo olvidar el torso musculado de Charlton Heston sobre la balsa tras haber salvado a Jack Hawkins del naufragio, el odio exudado por Stephen Boyd durante la carrera de Cuadrigas, digitalizada ésta hasta la saturación.

Condenada al fracaso, ya la motejan como el batacazo del verano, es decir, más de noventa millones de euros que no se amortizarán. Es el resultado del empeño en actualizar lo que debe permanecer intacto. Tanto remake induce a pensar en una crisis creativa en la industria del cine que se pretende disimular con la proliferación de las series. Con estos antecedentes será difícil sentarse en la butaca con objetividad. En cualquier caso, busquemos la distracción evitando la difícil tarea de la inevitable comparación.

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