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Hablillas

Postal de febrero

Todos los años el carnaval se espera con los oídos abiertos y las manos cruzadas.

Se oyen los primeros compases de la caja y el bombo, las primeras críticas de las agrupaciones más chabacanas, las de las serias y las de las afinadas. Se reúnen los primeros corrillos. Los más ingeniosos pidieron en secreto a los Reyes Magos superar el miedo y sacar, por fin, los ripios que guardaban desde hacía tanto tiempo para atreverse y divertirse con una agrupación familiar.

Desenfundaron la guitarra en una reunión dominguera y con los primeros acordes ya se apuntaron al grupo. La chispa ha prendido y corre sin parar.

Todos los años el carnaval se espera con los oídos abiertos y las manos cruzadas, deseando que las letras de Martínez Ares y Tino Tovar, la sonrisa de El Sheriff y el ritmo de Manolito Santander arañen el alma y se claven en el corazón de aquellos a quienes los sístoles y diástoles se les transforman en compás de tres por cuatro. La cantera es buena, el aficionado y el entendido lo saben. Los mayores también. Por eso no hay año que se escape sin nombrar a Paco Alba, al Peña ni a los profesionales que transmitían las funciones. Colocados entre cajas, un flexo niquelado desparramaba la luz sobre la escaleta redactada en azul y rojo, con notas tomadas a toda prisa y garabatos que llamaban a la memoria.

Eran voces por las que no pasaba el tiempo, que parecían vivir en el Gran Teatro Falla para sonar en febrero. Lo curioso es que el resto del año lo pasaban entre Radio Cádiz y Radio Juventud, pero siendo las mismas no eran iguales. En el Teatro se oían tranquilas, sin prisas a pesar de estar en directo y con sólo dos locutores -que era como se les llamaba- para transmitir. Bastaba con el escenario, no hacía falta más. Luego llegó la televisión y sus tres horas de emisión.

Hasta entonces los oyentes habíamos soltado la imaginación en el calor de la noche y así nos acurrucaron Carmen Coya, Pepe Benítez y Enrique Treviño, entre otros. Carmen aún vive, Pepe se llevó unos pasodobles dedicados que lo llenaron de emoción hace más de un lustro y Enrique Treviño nos dejó el pasado miércoles, varios años después de que la jubilación lo alejara de las ondas, pero no del patio de butacas del que fue su otro hogar.

Cuando la televisión se batía en duelo con la radio, resultaba curioso contemplar cómo su cabeza blanca, inconfundible y refulgente compartía, sin pretenderlo, la cámara que enfocaba ala agrupación actuante. Y aunque le viéramos así, medio escondido, siguió en nuestra radio cada noche, comentando tipos, recordando anécdotas, ahogando carcajadas, amenizando noches, clareando madrugadas, pidiendo disculpas cuando el cansancio propiciaba que la risa saliera espontáneamente.

Entonces aludía a la condición humana, al acto reflejo de reír, tan necesario como respirar o comer.
Enrique Treviño nos dejó en plena etapa de preliminares, la más cansina para el oyente, sin embargo él la amenizaba con la experiencia atesorada a lo largo de su carrera.Su vida se alargó hasta este mes, tan loco como los carnavales que con tanto rigor y respeto comentó. Fue este segundo miércoles, cuando los vinagrillos empezaban a pradear los muros del estero, la más bonita postal de febrero.

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