El joven que se quitó la vida ayer lo hizo porque los calabozos de Jaén aún tienen barrotes tras más de una década esperando otra comisaría
El trágico suceso ocurrido ayer en la comisaría de Jaén podría haberse evitado. Si el joven de 35 años hubiese sido detenido en otra de las muchas comisarías nuevas o remodeladas de este país (entre ellas la de Motril, de donde procede el actual comisario jefe), estaría vivo porque no hubiera sido encarcelado en un calabozo con barrotes. Tan simple como eso. La comisaría de Jaén no solo es un anacronismo policial, sino una vergüenza más para una ciudad que soporta impasible el maltrato continuo, año tras año de las administraciones central y autonómica. Los sindicatos policiales llevan años denunciando el estado en el que se encuentran las instalaciones de la capital y los últimos comisarios (unos con más insistencia que otros), reclamando a la Dirección General una nueva comisaría. No es la primera vez que se habla de la situación de los calabozos de Jaén, incluso el Defensor del Pueblo Andaluz hizo mención en uno de sus informes, pero aquí y allí nadie quiere escuchar nada. Desde hace años la Policía Nacional se vio obligada a utilizar el anexo de la calle Obispo Estúñiga, tras el Museo de Arte Ibero (corramos otro tupido velo) y éste se ha quedado ya pequeño, sin espacio para albergar, incluso, los vehículos que se amontonan frente al aparcamiento. Jaén, como en tantos otras cosas, necesita una comisaría nueva. Ahora, ésta, se ha cobrado una vida. ¿Cuánto más habrá que esperar?